Ana Mato, la señora que durante la campaña electoral de 2008 declaró que los niños andaluces eran «prácticamente analfabetos», llegó a ministra. Pero que nadie se asombre: ocurrió en España. Y de la mano de Mariano Rajoy, que tiene un arte para sacar ministros de la nada (Wert, Báñez, De Guindos, Montoro…) que quita «el sentío». En el caso de Ana Mato, sin embargo, la nada previa a su ascensión a tan alta responsabilidad pública estaba llena de cosas: bolsos, viajes, fiestas, comuniones y cantidades industriales de confeti, todo ello gentileza de la trama Gürtel. Llegó a ministra y ahí sigue.
El cese o la dimisión sería para ella un castigo
Ana Mato, demasiado confiada acaso en su apariencia infantil, manifiesta, queriendo trasponer esa apariencia a su edad real, que ella no ha hecho nada malo, por lo que, en consecuencia, no se le puede castigar. Se colige, pues, que el cese o la dimisión sería para ella un castigo, pero las víctimas de su política y de la de su gobierno en materia de Sanidad, ramo en el que manda y cobra, tampoco han hecho nada malo y, sin embargo, se les castiga atrozmente. Veamos: La Policía descubrió que la señora Mato recibió regalos, varios regalos, de «El Bigotes» mientras la Gürtel trajinaba cabe el Partido Popular, pero ella se defiende diciendo que no sabía nada, que era cosa de su marido el señor Sepúlveda («funcionario» en activo del PP), del que se hallaba separada, y que, en todo caso, la denuncia por su implicación en ese tráfico de regalitos fue en su día archivada por un juez. Pero, ¿recibió o no recibió, y usó, y disfrutó, los regalos?
Un juez, cómo no, puede archivar lo que estime pertinente, pues lo archiva en función de la normativa que rige su función y de su interpretación de ella, pero los demás, que no somos jueces, archivamos o no las cosas de otra manera. En la memoria, por ejemplo, las cosas se archivan malamente. Lo que nos importa a los que no somos jueces es si hubo tomate, independientemente de su reproche judicial. Y, lamentablemente para Ana Mato, parece que sí, que hubo tomate, a menos que la Policía, las fechas, la titularidad de las cuentas corrientes y todo lo habido y por haber se equivoquen. No sería raro, pues el Destino también se equivocó: llegó a ministra. Y se sigue equivocando: continúa siéndolo a día de hoy.
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Rafael Torres