domingo, diciembre 22, 2024
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Pasión a quemarropa

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Le apreté la mano con fuerza y él me entendió a la perfección. Ese simple gesto bastó para desprendernos rápidamente de la manta que nos cubría en el sofá y dirigirnos en silencio a la habitación.

Él cerró la puerta y yo me acurruqué entre las sábanas de la cama ardiendo de deseo. Vino a buscarme, me abrazó con fuerza, acarició mis pechos con suavidad y me besó en el cuello. No podía calmar mi ansiedad y mientras yo me quitaba la camiseta para dejar al descubierto mi cuerpo, sus manos bajaron hacia mi vientre. Noté la humedad en mis braguitas y sentí la necesidad de besarle y desnudarle para sentir el contacto con su cuerpo.

Volvió a besarme en el cuello. Su lengua recorrió mis pezones que estaban totalmente erectos. Sus manos sujetaron mis caderas y me quitó la ropa interior. Un escalofrío erizó cada poro de mi piel. El roce de sus dedos en mi clítoris tensó todo mi cuerpo y la enorme excitación me provocó calambres en las piernas. Su masaje hizo que perdiera el control y tuve que aferrarme a sus brazos para no gritar, no quería que nos oyeran sus compañeros de piso. Aunque el hecho de que hubiese más personas en la casa que pudiesen escucharnos nos excitaba aún más.

Volví a besarle y me clavó sus ojos. Era incapaz de dominar mis ganas, necesitaba sentirle dentro de mí. Busqué su miembro desesperadamente. Estaba completamente erguido, era de dimensiones perfectas. Él tampoco podía más y me pidió introducirlo en mi vagina. Pudo hacerlo con facilidad porque estaba completamente empapada. Suspiramos al mismo tiempo y el placer se multiplicó.

Parecía imposible pero su vaivén aumentó todavía más mi excitación. Encima de mí, apoyado sobre sus brazos y ejerciendo con fuerza un movimiento que marcaba sus músculos, entraba y salía de mí con mucha potencia. Mi atracción hacia él era máxima. Le besé y me embistió con más fuerza. Entre susurros le pedí que cambiásemos de posición. Mientras me colocaba encima de él miré hacia la ventana, se había hecho de noche y las gotas de vaho recorrían el cristal: la pasión impregnó la habitación.

Me coloqué encima de él y apoyé mis manos en su pecho. Comencé a frotarme despacio contra él y con su ayuda mis caderas comenzaron a moverse con mucha rapidez. No podíamos dejar de suspirar de excitación, nos mirábamos a los ojos y nos besábamos. Cada vez más fuerte y cada vez más rápido. Sin parar. Volví a mirar a la ventana que estaba completamente empañada y volví a mirarle a él. Había cerrado los ojos. Yo también los cerré. Los orgasmos se sucedieron uno detrás de otro y el seguía dirigiéndome… Seguía y seguía. Volví a abrir los ojos y él me observaba con deseo. Por fin conseguimos lo que ambos ansiábamos, logramos alcanzar el clímax al mismo tiempo. Caí rendida sobre él y me abrazó muy fuerte. Era incapaz de pronunciar palabra, estaba rendida. Nos quedamos en silencio, agotados, pero satisfechos.

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El Rincón Oscuro

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