Comisiones, fraudes, divisiones en los partidos, burlas de la legalidad, querellas fundadas e infundadas, declaraciones ante el juez, confesiones ante notario, desahucios, corrupción, engaños, mentiras, recortes, tasas… Abrir el periódico por la mañana o ver el telediario puede ser un riesgo para la salud y la integridad mental de los ciudadanos. Pero sin ellos, los corruptos, los golfos, los inmorales tendrían el camino libre y las cuentas bancarias rebosantes.
Necesitamos un código ético de la democracia, que sea asumido por todos los partidos
Fue un ministro socialista el que dijo que este país era el mejor del mundo para hacerse rico en poco tiempo. Le tenían que haber nombrado presidente del Gobierno por decir la verdad. En España no hemos llegado a la situación de Portugal, con cientos de miles de ciudadanos en las calles después de sufrir todos los recortes imaginables y sin esperanza.
Y tampoco somos Italia donde dos «cómicos» -Berlusconi y Grillo- amenazan la estabilidad social y, sobre todo, caricaturizan y ridiculizan todo un sistema democrático.
Tiene razón el fiscal general del Estado, Eduardo Torres Dulce -que, por cierto, ha devuelto la confianza en la institución, una de las pocas que consolida su independencia y se salva hoy del desprestigio- cuando alerta del riesgo de «fractura social» si se consolida la crisis de confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas». La labor que desarrolla la fiscalía «en defensa de la paz social» es, sin duda fundamental porque cuanto más garantiza la Justicia -tan amenazada y desprestigiada hoy por la falta de diálogo y de consenso- la resolución de conflictos sociales, más garantiza la democracia, también en grave riesgo.
Por esa alarma social que puede degenerar en conflictos que ataquen el corazón de la democracia y la confianza de los ciudadanos en las instituciones, es preciso regenerar la vida pública. Necesitamos un código ético de la democracia, que sea asumido por todos los partidos, por todos los políticos y que recoja, como decía el sociólogo José Juan Toharia en RNE, esas virtudes públicas o cívicas que tantos políticos parecen haber olvidado, secuestrado o escondido. Y una cierta estética pública, porque no sólo hay que ser honesto, íntegro, responsable de sus actos o transparente sino parecerlo.
Políticos y ciudadanos debemos estar a la altura y evitar la italianización de nuestra vida pública
Pero también, como dice el filósofo Javier Gomá, uno de los pocos con presencia real en la vida pública, «los políticos son víctimas fáciles del resentimiento social. No es razonable que todos los políticos, de todos los signos, de todos los países sean negligentes, corruptos o torpes a la vez-. ¿No será por el contrario que esperamos demasiado de las instituciones políticas?» ¿No será, también, que culpabilizando de todo a los políticos nos eximimos los demás de cualquier responsabilidad? Como doce Gomá, los políticos tienen responsabilidades, pero también las tiene cada uno de los ciudadanos, obligados, como los políticos, a exteriorizar esas virtudes cívicas y a exigirnos cada uno lo mismo que exigimos a otros. Políticos y ciudadanos debemos estar a la altura de nuestra responsabilidad y evitar la italianización de nuestra vida pública.
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Francisco Muro de Iscar