De Francisco, el nuevo Papa hemos sabido muchas cosas en un tiempo récord. Sabemos que es hijo de inmigrantes italianos, se crió en el barrio porteño de Flores y se ordenó como sacerdote a la mística edad de 33 años. Del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, dicen sus amigos, que nunca pretendió ser Papa pero lo ha sido y por los primeros signos de su pontificado va a imprimir carácter, y no solo porque está rompiendo moldes protocolarios, sino porque si se erige en defensor de los pobres -como ha dicho- tiene una ardua tarea por delante en un mundo donde la pobreza y la miseria se esta cebando con muchos.
Lo primero que hizo fue pedir a sus compatriotas argentinos, tanto sacerdotes como fieles, que no viajaran a Roma para asistir a la misa de inicio de su pontificado y que emplearán ese dinero en realizar algún gesto de caridad hacia los más necesitados. Después ha evitado el papamóvil, la estola, la cruz de oro; incluso el anillo del pescador ha sido de plata, y no de oro como es lo habitual, por su expreso deseo. Dice que no quiere cristales antibalas entre él y los fieles, que la Iglesia debe alejarse de asuntos mundanos y volver a su esencia: al Evangelio y que el verdadero poder es el servicio a la gente. Delante de los poderosos del mundo Jorge Bergoglio, ahora Francisco, ha dicho que no hay que tener miedo a la bondad y la ternura y que el odio la envidia y la soberbia ensucian la vida.
!Cuánta verdad !
Es un jesuita austero, muy disciplinado, un hombre cercano y sencillo, y de solvencia académica
Apenas lleva unos días al frente la de la Iglesia Católica y ya se nota que durante su mandato las cosas deben cambiar y hacerlo empezando por su propia casa donde las intrigas palaciegas son la antítesis de las virtudes que proclaman. Es un jesuita austero, según dicen, muy disciplinado y un hombre cercano y sencillo, de solvencia académica, hincha del San Lorenzo y amante del tango, de la música clásica y de los clásicos de la literatura [Dostoievsky, Dante, Jorge Luis Borges…]. Según cuenta la periodista Nazaret Castro, desde Buenos Aires, fue a los 17 años cuando descubrió su fe durante una confesión. Se lo advirtió a Amalia, su novia de juventud, en una carta que ella rememoraba estos días: Si no nos casamos, me hago cura, le escribió y, en efecto, a los 21 años entró en el seminario de los jesuitas. Por las mismas fechas tuvo una grave pulmonía que lo debatió entre la vida y la muerte y se ordenó como sacerdote tardíamente a los de 33 años. Desde entonces ejerció como docente en varios colegios y sólo comenzó a destacarse entre la Curia a los 55 años, cuando fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires. Eso sí, después su carrera fue fulminante: en 1998, arzobispo de Buenos Aires; en 2001, cardenal. Encabezó la Compañía de Jesús argentina y presidió el Episcopado en dos ocasiones. Hasta que llegó a un papado que no le resultará fácil.
Su antecesor, con su renuncia, ya ha hecho historia y también ha marcado un camino de no retorno aceptando que en la Iglesia se han cometido terribles pecados como la pederastia, los abusos sexuales a menores a cuyos responsables deberán desenmascarar para luego iniciar la expiación. Deben ponerse de una vez al lado de las víctimas y no proteger a los agresores, para no ser cómplices con el silencio. Es curioso pero estos días hemos vistos a muchos más papistas que el Papa animados por el perfil cercano del nuevo pontífice, pero cuando las cosas se calmen, tras el rito y la liturgia, y veamos quienes acompañarán a Francisco en su trayectoria, tendremos más datos para ver por donde irán las cosas. Se ha dicho hasta la saciedad que el nuevo pontífice tendrá que reformar la curia, organizar los dicasterios del Vaticano para hacerlos más eficaces, limpiar la podredumbre puesta al descubierto por el caso Vatileaks, impulsar el diálogo con el islam, abordar de una nueva forma más valiente el papel de la mujer en la iglesia y la postura oficial ante la bioética. Por eso se requiere un Papa fuerte, carismático, capaz de hablar un lenguaje moderno, que sepa estar al lado de los pobres y a la vez devuelva al vaticano su influencia perdida. ¿Será ese Francisco? El tiempo lo dirá…
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Esther Esteban