Chipre es un país pequeño en donde los experimentos económicos se pueden hacer sin demasiados costes políticos; naturalmente, para quienes adoptan las decisiones que aplican a terceros. No hablamos mucho de Grecia ni de Portugal: sociedades esquilmadas, retroceso en el tiempo. Tampoco pueden hacerse valer en Europa porque tienen gobiernos dóciles y sus protestas envuelven un paisaje cotidiano que asimila las tragedias ajenas. No tienen masa crítica para influir.
No queda un ápice de solidaridad en una dinámica en la que cada sociedad se interesa solo por lo que le pueda pasar a ella
Los partidos institucionalizados no son capaces de enfrentar la realidad de una Unión Europea disímil en el trato a sus miembros; oligarquía en la toma de decisiones. Hace tiempo que está demostrado que esta unión es inviable. Está a punto de llegar un punto de inflexión. La eclosión de nuevos partidos de apariencia populista que van a defender lo que los ciudadanos quieren por asfixia. Nuevas reglas o nuevos modelos de integración. Una nueva Unión Europea o lo que puede ser más radical: la partición de esta estructura adecuada a los intereses de los miembros, agrupados en los más poderosos y los más débiles.
Si lo primero que dicen es que las medidas de Chipre o las de Portugal y Grecia no son extrapolables, habrá que prepararse para lo peor. No queda un ápice de solidaridad en una dinámica en la que cada sociedad se interesa solo por lo que le pueda pasar a ella. Hasta hace unos pocos años, todavía había creencias y mecanismos de que los poderosos tenían que ayudar a los débiles. Aunque fuera por crear mercados mediante mecanismos de homologación. Ahora Europa solo cree en los ajustes. Y no hay partidos de izquierda capaces de enfrentarse a esa disciplina. Incluso François Hollande ha tirado la toalla en la lucha por la solidaridad y el crecimiento. Las sociedades, en parte, están adormecidas por las cataratas de información sobre las tragedias. Demasiada información es lo más parecido a ausencia de información. Pero no está excluido que las próximas elecciones europeas, cada día más cercanas promuevan un tsunami de castigo contra los partidos establecidos que no hacen nada para detener este desastre. No hay nadie en el horizonte con luces largas para detener la deconstrucción de la Unión Europea.
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Carlos Carnicero