Desde que Pedro Pacheco dijo hace muchos años aquello de que «la justicia es un cachondeo» no hay día en que no surja una noticia, aparezca un juez, actúe un ministro o se conozca una sentencia que no le dé la razón. No recuerdo si entonces le procesaron por tal atrevimiento, pero tal vez hoy le darían la Cruz de San Raimundo de Peñafort. Parece como si la Justicia estuviera al sur del sur del sentido común, no sólo por ese espectáculo de juzgados ineficaces llenos de papeles desordenados, amarillentos, sino por el empeño de algunos de sus protagonistas.
Desde los tiempos de Garzón no se veía tan desmedido afán por la justicia
El ministro Gallardón, que ha tenido la poco edificante eficacia de poner en su contra a todos los actores jurídicos -abogados, jueces, notarios, fiscales, secretarios judiciales, registradores, funcionarios, sin contar a los sindicatos, al resto de partidos del arco político y a los consumidores y usuarios- también acaba de recibir las críticas del Consejo General del Poder Judicial que ha puesto a bajar de un burro su proyecto de Ley de Asistencia Jurídica Gratuita -tasas incluidas- al que achaca errores de fondo y de forma realmente importantes. El problema de las reformas de la Justicia -como las de la educación o la sanidad- es que algunos, especialmente los del PP y los del PSOE, intentan hacerlas siempre sin escuchar siquiera a los que bregan cada día en los juzgados, en las aulas o en los hospitales. Lo de negociarlas con los que saben ya es una utopía. Y así nos va a todos. No sé si es soberbia o desprecio, pero el coste lo pagamos todos: los que estudian, los que están enfermos y los que no tienen más remedio que ir a pleito, eso en el caso de que tangan dinero para pagar las tasas de Gallardón.
Esa soberbia o ese desprecio por el sentido común y por la eficacia es lo que ha llevado a dos jueces relevantes -Ruz y Gómez Bermúdez-, los dos conocedores de su oficio, de la trascendencia de su decisión y del efecto mediático de la misma, a citar al mismo imputado, un tal Bárcenas, para el mismo día y casi a la misma hora en dos juzgados diferentes y por la misma causa. Da lo mismo que alguien, finalmente, haya puesto las cosas en su sitio. El mal está hecho: una absoluta falta de respeto no ya al imputado, sino a la Justicia. Desde los tiempos de Garzón no se veía tan desmedido afán por la justicia.
Ese esperpento -sumado a otros muchos- tampoco ayuda a que los ciudadanos mejoremos la mala idea que tenemos de la Justicia. Menos mal que, frente a algunos jueces que tan poco hacen por que tengamos una buena opinión de su trabajo, hay otros que están empeñados en que sigamos creyendo en la Justicia. Que no es fácil, oigan, que no es fácil cuando se leen algunas sentencias o se ven algunas conductas. No me hagan hablar.
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Francisco Muro de Iscar