La verdad es que el escrache tiene más de encuentro que de hostigamiento. Si las víctimas de las diabólicas hipotecas y de su consecuencia lógica, los desahucios despiadados y masivos, y no digamos las víctimas de la macro-estafa de las Preferentes, se encontraran con los políticos y banqueros autores o cómplices de las mismas en el metro, en la cola del paro, en el ambulatorio o en el «super» del barrio, podrían comunicarles allí su tragedia, explicarles los pormenores del caso, manifestarles con toda la urbanidad del mundo, que es la que suelen usar las personas decentes, su disgusto, y plantearles sus puntos de vista y sus exigencias ciudadanas, pero como la gente normal no se topa con esa otra en ningún sitio, pues transitan por mundos y realidades diferentes, no le queda otro remedio que ir al único sitio donde pudieran hallarse, esto es, a sus barrios elegantes, a las pulcras calles donde moran, a las aceras por las que acaso pudieran pasearse. Dicho esto, y antes de adentrarnos en la elucidación de la pertinencia o no de ese encuentro, conviene recordar que esos barrios, esas calles, esas aceras, son espacios públicos, también de los desahuciados y de los atracados, y que el derecho a expresarse de viva voz es consustancial a las necesidades y a la dignidad del ser humano.
El escrache de los portales no es nada al lado del que sufren, de quienes debieran defenderles, millones de españoles
Lo de ir a pegar voces a un portal es, con casi total seguridad, desagradable, tanto para el que las oye como para el que las profiere, y que, de poder elegir, preferiría estar en otro sitio, en su casa por ejemplo, o en el trabajo, o en la compra, dedicado a los menesteres ordinarios de la vida. Lamentablemente, si a uno le quitan la casa, y el trabajo, y la capacidad de subvenir a las necesidades de su familia porque el Estado le ha sustraído su patrimonio, lo de ir a dar voces a un portal, acción, insisto, particularmente indeseada por los forzados a ejercerla, es lo menos que puede pasar. Ignorar eso es desconocer descabelladamente, o pretenderlo, la naturaleza humana y la fuerza indomable que es capaz de desplegar cuando siente amenazada su supervivencia.
A tiempo está el Gobierno de considerar los peligros de jugar con fuego. ¿Quién le ha contado a Rajoy, o a De Guindos, o a Fernández, o a Montoro, o a Cifuentes, que las personas aguantan lo que les echen y, sin tasa, todo el maltrato que se les quiera inferir? ¿Dónde han visto que un padre no esté dispuesto a sacrificar la propia vida por sus hijos, esto es, por su pan, por su habitación, por su futuro? Hay, en suma, escraches y escraches, y el de los portales no es nada al lado del que sufren hoy, de quienes debieran defenderles, millones de españoles.
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Rafael Torres