lunes, noviembre 25, 2024
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Príncipes y cuentos

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Yo fui una niña muy lectora. Aunque ya he pasado los 50, recuerdo como si fuera ayer que de todos los cuentos infantiles los que más me gustaban eran los una colección que se llamaba «mis cuentos de Hadas famosos» que todavía sigue guardada en casa de mis padres. Recuerdo que la componían un montón de tomos -30 ó 40- en los que se recopilaban todos los cuentos clásicos y los más novedosos del momento. A mí me gustaban cuanto más fantásticos mejor, y aunque los libros no contenían dibujos, eran sólo texto, yo me imaginaba, perfectamente, cómo eran las princesas protagonistas en muchos de ellos: rubias, de ojos azules, altas, muy guapas, enormemente bondadosas y queridas por su pueblo. Se casaban con príncipes o con campesinos que luego resultaba que eran también príncipes que habían sido hechizados por una bruja mala. El final, aunque la historia se desarrollara en los países más diferentes y exóticos del mundo, era siempre el mismo: se casaban, eran felices, comían perdices y sus pueblos eran prósperos en el colorín colorado. En mi imaginación infantil solamente aparecía una princesa desgraciada e infeliz al principio de la historia y siempre porque había sido engañada en su infinita bondad. Nunca, en ninguno de los cuentos, que yo recuerde, se veía a una princesa en apuros y mucho menos cuestionada por sus ciudadanos. No sé porqué estos días con todo lo que le está ocurriendo a la infanta Cristina he recordado aquellas historias. y desde luego no porque la realidad tenga algo que ver con la imaginación, y mucho menos con los sueños infantiles, sino porque me imagino el choque brutal contra la realidad que lleva padeciendo ella desde que surgió el escándalo Noos.

Desde que nació y por derecho de familia ha tenido garantizado el aplauso

Por mucho que imaginemos que los miembros de la familia real son gente normal y de su tiempo es imposible hacer un paralelismo entre su vida y la de cualquier mujer de su misma edad. Desde que nació y por derecho de familia ha tenido cubiertas todas sus necesidades, pero sobre todo ha tenido garantizado el aplauso y después de tantos años de admiración infinita, sonrisa de oreja a oreja y halago fácil, es muy difícil aceptar el reproche, el abucheo y la crítica despiadada, en ocasiones muy por encima de la que tendría común de los mortales.

El 3 de abril de 2013 se ha grabado ya fuego la Historia de la monarquía española. Por primera vez un miembro de la familia Real se va sentar con toda probabilidad en el banquillo de los acusados y eso no es cualquier cosa. Ha dicho el juez en su auto, y con razón, que no haber citado a la Infanta como imputada hubiera supuesto un cierre en falso de la instrucción del caso» en descrédito de la máxima de que la justicia es igual para todos«. Resultaba extraño que todos los miembros de esa sociedad hubieran sido imputados salvo uno: la infanta Cristina. Dicen algunos que todo esto es sólo pan, circo e Infanta, pero yo no lo creo. Esto es el resultado último de muchas cosas, de la sensación de impunidad que durante demasiados años tuvieron algunos, de los privilegios que unos, por simple derechos sanguíneos, y otros, por ocupar una cargo y una condición, creyeron poseer, de un absoluto descontrol de lo público, del abuso de poder y sobre todo de la magancia y el latrocinio a manos llenas.

Sólo una democracia madura juzga por igual a todos sus ciudadanos

Intuyo el calvario que esta pasando la Infanta y su familia estos días y el ejercicio de contención y autocontrol que hará cada vez que levante su mano para saludar o simule una sonrisa de cara la galería. No me regodeo en absoluto con la idea de verla hacer el paseillo como están haciendo algunos, pero en lo que otros ven una fabulación para acabar con la monarquía yo intuyo madurez democrática. Sólo una democracia madura juzga por igual a todos sus ciudadanos, se apelliden como se apelliden y ostenten el título que ostenten. Lo que hay que desear es que se haga justicia; que quien la hace, la pague y que el espíritu Montesquieu resista a la presiones que sin duda las habrá. Mientras tanto, el príncipe Felipe está pasando su prueba de fuego y, de momento, está a la altura de las circunstancias y dando la talla sobradamente. Su inequívoca defensa de la labor del poder judicial y su alegato a favor de la independencia, cuando su hermana está en tan delicados momentos, es una prueba más de que no es un príncipe de cuentos de hadas, sino de que pisa la realidad y eso es fundamental para el futuro de la Monarquía en España.

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Esther Esteban

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