El pasado viernes y mediante un artículo firmado por Rosario G. Gómez y Sandro Pozzi, el diario El País dejaba caer a sus lectores su intención de volver a cobrar por el acceso a sus contenidos en su edición digital. Para ello, los autores nos ilustraron con ejemplos de diferentes publicaciones en Internet que han implantado muros de pago con éxito. Es innegable que el periódico más emblemático del grupo PRISA se encuentra más que necesitado por monetizar sus contenidos on-line y, por ello, busca un modelo en el que inspirarse. Lo curioso es que no será el primer intento del periódico que mora en la madrileña calle de Miguel Yuste por cobrar a sus usuarios el acceso a su edición en Internet. En aquella ocasión, eso sí, el cierre de su edición gratuita le ocasionó unas pérdidas estimadas de en torno al 50 % de sus lectores y la corporación fundada por Jesús Polanco tuvo que recular para evitar males mayores.
Dicho esto y volviendo al artículo de Gómez y Pozzi, he de reconocer que su análisis es bastante completo, fundado y bien argumentado pero, en mi opinión, olvidan dos elementos que deben tenerse en cuenta a la hora de cobrar a los usuarios por acceder a un diario digital: el valor percibido y la disrupción.
Internet está produciendo que el proceso de cambio se produzca a raíz de las modificaciones en los comportamientos de los usuarios
Respecto a la primera de las cuestiones, es un hecho objetivo que la mayoría de las publicaciones on-line han ofrecido el acceso a sus contenidos y a muchos de sus servicios sin ningún coste para el usuario desde hace años. ¿Es factible pensar que quien ha disfrutado de un diario digital sin abonar un euro vaya ahora a aflojar su cartera para volver a acceder al mismo? ¿Qué sentido tiene para el cliente pagar por el acceso a un contenido si después el mismo puede ser distribuido gratis a través de las redes sociales? En efecto, el valor percibido de los contenidos publicados por un diario digital es prácticamente nulo por esta razón: porque han sido gratuitos.
Además del valor percibido, la disrupción es el otro elemento que debe tenerse en cuenta a la hora de analizar las políticas de cobro por el acceso a contenidos. Este concepto explica que las personas, organizaciones o modelos de negocio solo cambian cuando se produce un elemento inductor. Por lo general, el cambio ha venido producido por una necesidad de supervivencia del individuo, la empresa o el sistema. Sin embargo, Internet está produciendo que el proceso de cambio se produzca a raíz de las modificaciones en los comportamientos de los usuarios. La inmediatez de la red ocasiona, además, que sean cambios radicales. Quizás el ejemplo más paradigmático sea el de industria discográfica, otrora poderosa y que hoy, en menos de una década, se encuentra prácticamente enterrada a precio de saldo, descarga directa y top manta. Internet obliga a permutar las herramientas y estrategias clásicas por nuevos modelos de negocio en constante aprendizaje e innovación y centrados en el usuario.
Como expliqué en mi libro Ideas para la prensa digital, el resto de intentos diseñados por los principales mass media españoles con el objetivo de cobrar a los usuarios de sus portales on-line han fracasado rotundamente o no han tenido el éxito esperado. En marzo de 2010, Unidad Editorial lanzó una plataforma llamada Orbyt que permite al usuario poder comprar en formato digital las diferentes cabeceras publicadas por este grupo, propiedad del holding italiano RCS MediaGroup y entre las que destacan El Mundo, Expansión, Marca, Telva y un largo etcétera. Según los datos ofrecidos por la corporación, la plataforma superó los 75.000 suscriptores en diciembre del año pasado. Por su parte, tan solo la edición digital de El Mundo registró en ese mismo mes un total de 7.247.000 usuarios únicos según ComScore. Comparando ambas cifras y a pesar de los exultantes mensajes que Pedro Jota Ramirez publica en su Twitter, el éxito de Orbyt se antoja como muy discutible. Lo mismo podemos decir de Kioskoymas –el equivalente de Orbyt para las publicaciones en papel del Grupo Godó, Intereconomía, Planeta, PRISA y Vocento– cuyas cifras son aún menores que las de su principal competidora.
En conclusión, la pregunta es clara: ¿se atreverá Juan Luís Cebrián a implantar un muro de pago para acceder a El País en un mercado en el que, hasta ahora, han fracasado tales intentos? La respuesta en unos meses.
Gorka Labarga – Estrella Digital
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Gorka Labarga