Me pregunta un amigo por qué escribo cada día sobre Yolanda González y el terrible crimen perpetrado por Hellín que segó su vida. No dudo en contestar: porque es un asunto en el que están en juego el crédito del sistema democrático, las raíces del endeble cambio emprendido al final de la dictadura y porque es justo rescatar su memoria. Si matar es un acto de impunidad consentida, si matar desde las proximidades del estado permite que haya ventajas judiciales y que te reintegren después a la actividad ‘parapolcial’ y policial, entonces ¿qué sociedad es ésta?
El criminal tenía conexiones con organizaciones de ultraderecha y con la seguridad del estado
Asusta la respuesta, porque todo lo señalado se confirma en el caso del asesinato de Yolanda. El criminal de extrema derecha mató a sabiendas de a quién lo hacía con la excusa peregrina de matar a una etarra; el criminal se sirvió de información y ayuda policial; el criminal tenía conexiones con organizaciones de ultraderecha y con la seguridad del estado; el juez instructor prevaricó a su favor, el juez de vigilancia penitenciaria prevaricó a su favor; le facilitaron un cambio de identidad ‘legal’ para que él y su familia huyesen del país aprovechando un permiso penitenciario; apenas cumplió catorce años de los cuarenta y tres de condena; al salir de la cárcel montó un negocio de asesoramiento a la policía, guardia civil, ertzaintza y a los mossos de escuadra, o la policía local de Madrid, que contrataban sus servicios con total familiaridad.
Es terrible el itinerario: y en todo ese tiempo y entre todas esas vicisitudes nunca pidió perdón, ni mostró arrepentimiento, al contrario llegó a decir, diez años después del asesinato, que había hecho lo que tenía que hacer.
Me pregunta un amigo por qué escribo ‘tanto’ sobre Yolanda González: una chica de diecinueve años recién cumplidos cuando le robaron la vida, una chica que luchaba por unos ideales dedicando su tiempo y sus destrezas a defender una causa que ella entendía noble y justa en la que las palabras libertad, solidaridad e igualdad impregnaban su vocabulario. Una chica vasca que rechazaba la violencia, una revolucionaria consciente que creía en la participación, en la implicación colectiva, en un mundo mejor, en una sociedad libre con personas, hombres y mujeres, libres. Una chica que estudiaba, trabajaba y luchaba. Una chica entregada a la pasión de la vida combatiendo por un ideal de justicia…
¿Qué por qué escribo tanto sobre Yolanda? No sé; la verdad es que lo que yo no entiendo es por qué no escriben tanto como yo los demás que tienen la posibilidad de hacerlo y no lo hacen. Eso es lo que yo no entiendo, ya ven.
Y mi amigo asiente. Ustedes me entienden a mí, ¿verdad?
Rafael García Rico