martes, noviembre 26, 2024
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Habrá que pedir elecciones…

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Siendo extremadamente cautos no podemos dejar de ser extremadamente sinceros: el finiquito político de esta legislatura ha sido presentado, en forma diferida siguiendo el pensamiento posmoderno de De Cospedal, el pasado viernes tras el cónclave ministerial que se celebró en la Moncloa, al parecer presidido por un oculto Mariano Rajoy, el hombre-plasma.

Los hechos son evidentes: no hay ya ningún elemento de correspondencia entre la realidad del PP anterior al 20 de noviembre y la evidencia de su realidad actual. Algunos piensan que Gallardón se ha convertido en el conservador de las esencias naturales de la derecha y que, por tanto, es el único que cumple con la responsabilidad adquirida en las urnas. Falso.

Rajoy es, en la práctica, la negación

El espíritu de Gallardón, un sujeto cultivado en la egolatría que ha provocado la mayor deuda pública –curioso, ¿verdad?- de una administración, que condena a los madrileños a deber, más allá de varias generaciones, un presupuesto de más de seis mil millones de euros, una cifra intraducible a pesetas, nada de antiguas, sino evidentes pesetas de las que todos guardamos nítido recuerdo en nuestra memoria, se ha revertido desde aquella ilusión ‘centrada’, que tanto alimentaron ilustres centristas como Bono o González, en la actual naturaleza parda tan descentrada del instigador de leyes ampliamente restrictivas de derechos y libertades.

No queda del derecho nada de lo que todos vemos claramente del revés. Salvo la verdad de que el Gobierno ya no es tal. Sino un objeto administrador de una voluntad ajena a la soberanía nacional y popular; una delegación de intereses que vulnera no sólo la legalidad reglamentaria del Congreso – prostituyendo la técnica parlamentaria para evitar el debate democrático -, sino también la Constitución en su espíritu y, si me apuran, en la letra, de tal forma que no solo ya la legitimidad está en cuestión, sino también la legalidad de un proceso de destrucción de la realidad elaborada en la propuesta electoral y su posterior administración por el penoso club denominado gobierno del PP.

Rajoy es, en la práctica, la negación. Un estruendoso peligro que además de haber surgido de una institución cuya moralidad dineraria es un ruido ensordecedor que acaba con cualquier tímpano de decencia, ha devenido en un destructor de la razón de ser de la letra constitucional, un finiquitador consciente del estado de bienestar cuyo único fin es aprovechar la crisis para dejar España en manos de la visión neoliberal al servicio del más deleznable capitalismo financiero, improductivo y especulador, cuyas largas tenazas se manipulan directamente desde los despachos de la Alemania de Merkel y el silencio cómplice y vergonzoso una vez más, de la socialdemocracia alemana.

Rafa García-Rico – en Twitter @RafaGRico – Estrella Digital

Rafael García Rico

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