Me contaba un importante dirigente del PP que el pasado domingo salió a comer con su familia -para celebrar el día de la madre- a un restaurante del que son clientes habituales. Al llegar salió el dueño del establecimiento a recibirles y les comentó que tenían su mesa en uno de los reservados. Al observar su sorpresa porque no habían pedido un privado le dijo sin más «Perdóname pero no quiero líos. El otro día vino a comer, también con su familia, un socialista muy conocido y al verle el resto de los clientes se levantaron para abuchearle». El dueño del restaurante le comentó, igualmente con toda naturalidad, que había tenido que quitar de las pareces las fotos que tenía colocadas como decoración con personajes famosos -muchos de ellos políticos- que habían sido sus clientes durante décadas. ¿Por qué?, pues porque habían observado como se caldeaba el ambiente y se proferían insultos de gran calibre contra algunos de los fotografiados y eso era malo para el negocio.
Si el momento político ya no resiste ni una foto colgada en la pared, la moraleja y el sentido común dicen que hay que tomar medidas ya
La anécdota es una muestra de como están las cosas y refleja, no solo, el desapego profundo hacia los políticos sino el hartazgo que tienen los ciudadanos con los representantes de la cosa pública, sean del partido que sea. Se puede decir que se lo han ganado a pulso, que los casos de corrupción han hecho que se les juzgue a todos por el mismo patrón, que con tanto privilegio y tanta prebenda han conseguido minar su prestigio hasta límites insospechados, que han convertido la política en la cueva de ALÍ BABA, que su palabra no vale nada, que han dado la espalda a la realidad, etc., etc. Se puede decir todo eso y más, pero no podemos olvidar que son nuestros representantes legítimos y que la democracia aunque imperfecta es el mejor de los sistemas porque o hablan las urnas o el silencio se lo lleva todo por delante.
Ahora, la expresión de moda, entre los políticos, es la del relato. Si de ellos mismos dicen que no tienen un relato, suena mucho mejor que si afirman que no tienen ni idea de cómo sacar de esta al país y, además, mientras hablas del relato no lo haces del relator, porque de eso andan todos un pelín escaso. Antes, las críticas se combatían afirmando que fallaba la comunicación y nos hemos pasado décadas, fuera quien fuera el inquilino de la Moncloa, oyendo como el portavoz de turno reconocía entre lamentos que no habían comunicado bien tal o cual idea a los ciudadanos. Se pasaban legislaturas enteras intentando averiguar cómo transmitir bien las cosas, cuando en realidad esa era la excusa y el entretenimiento para no explicarlas. Ahora se lleva más lo del relato, tal vez porque como no quieren ver a los periodistas ni en pintura y han optado por la comunicación del plasma, se les vería demasiado el plumero si hablaran de fallos en la comunicación que no desean dar.
Puestos a buscar relatos es mucho más fácil salir a la calle y ver lo que se cuece en ella. Desde luego un relato certero del mal que padece la clase política es lo que le ocurrió al dirigente del PP en el ámbito de su vida privada, y si el momento político ya no resiste ni una foto colgada en la pared, la moraleja y el sentido común dicen que hay que tomar medidas ya. O los partidos se toman esto en serio y empiezan a tomar decisiones certeras ejemplares y ejemplarizantes que les acerquen a los ciudadanos o el invento se va al garete. Así qué… menos buscar relatos y más encontrar relatores que no sean como la falsa moneda que de mano en mano va pero ¡ya se sabe! que nadie se la queda…! Estamos hasta el moño de burras ciegas.
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Esther Esteban