Una de las tentaciones más horribles que suelen atacar a los gobernantes es usar de manera partidista la poderosa maquinaria de la agencia tributaria. Y, en España, hay políticos que han caído en esa tentación. De izquierdas. Y de derechas. Y, también, en Estados Unidos. Allí el Fiscal General del Estado ha abierto una investigación sobre la agencia tributaria, porque se ha demostrado que actuaba con un ardor inusitado con los republicanos, mientras mostraba criterios más benevolentes con los demócratas. Es como si aquí, la Agencia Tributaria crujiera a los presuntos ciudadanos de izquierdas y fuera complaciente con los de derechas o, como si en tiempos de Zapatero, Hacienda hubiera perseguido a los conservadores, reservándose una manga ancha y condescendiente con los de izquierdas.
Hay directores de periódicos incómodos a los que se les ha enviado a los inspectores de Hacienda para tratar de domeñarlos por este procedimiento
Esta vil manipulación de anteponer el interés partidista al general, o de saltarse la objetividad que debe presidir cualquier actitud administrativa, es mucho más frecuente de lo que parece.
De vez en cuando, el lumbrera de turno de Hacienda decide que si se persigue a los famosos se dará ejemplo de que la agencia tributaria es implacable, y eso será mucho más efectivo que una campaña de publicidad. A veces, incluso, los sicarios de la Agencia Tributaria cumplen las órdenes con tal entusiasmo que humillan innecesariamente al investigado, como si se olvidaran de su propia dignidad, de las oposiciones que se han ganado, y de que su digno y meritorio trabajo corre el peligro de convertirse en algo despreciable y lacayuno.
Las persecuciones tributarias del pasado a Lola Flores o a Pedro Ruiz, que resultó absuelto, son un claro ejemplo de esta bellaquería repugnante. Hay directores de periódicos incómodos a los que se les ha enviado a los inspectores de Hacienda para tratar de domeñarlos por este procedimiento. En el caso de Estados Unidos, el portavoz republicano ha dicho: «Mi pregunta no es quién va a dimitir, mi pregunta es quién va a ir a la cárcel por este escándalo». Y, en verdad, hasta que alguien no vaya a la cárcel por estos apestosos casos de prevaricación la tentación seguirá siendo demasiado apetecible para que el político infecte deje de usar, de manera partidista, un instrumento que está destinado a consolidar el bien general.
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Luis del Val