Al Gobierno de Mariano Rajoy le ha salido un nuevo jefe de la oposición. Se llama José María Aznar. El ex presidente -tras su entrevista en Antena 3- ha dejado la puerta abierta a su posible retorno a la política y se ha colocado en la raya misma del coro planteando una enmienda a la totalidad a la política seguida por aquél a quien designo como su sucesor al frente del partido. Aznar le reprocha casi todo a Mariano Rajoy. Desde la subida de impuestos (dijo que había que bajarlos), hasta el incumplimiento de otros compromisos del programa electoral del PP; desde la falta de liderazgo (habló de languidez) hasta falta de renovación de un proyecto histórico para España. Más aún: dijo que el Estado estaba inerme para hacer frente a los desafíos de quienes pretenden romper la cohesión nacional. Fue menos contundente a la hora de dar su versión del embarazoso asunto de los sobresueldos que cobraban algunos dirigentes del partido, dinero extra, dineros que algunos (Nasarre, Escudero, Del Burgo, etc.) han reconocido haber percibido.
Aznar sabe que sólo podría contar con el apoyo de Aguirre y, tal vez, con el de Arenas
Cualquier espectador no avisado de las circunstancias políticas que rodean al personaje, al observar y escuchar al Aznar, tranquilo pero tonante, que vimos en la televisión no habría dicho que quien así hablaba y criticaba la deriva del Gobierno en todos los frentes era el presidente de honor del partido que gobierna en España. Analizando el discurso político que hilvanaban sus palabras habría concluido que o bien era el jefe de la oposición o bien un candidato a sustituir a quien ahora está al frente del PP. Descartada la primera impresión -en línea con la mayoría de los comentarios que circulan por las redes sociales-, se impone la segunda. Son muchos los que piensan que Aznar quiere volver a la primera línea de la política. Es, ya digo, la opinión mayoritaria, pero no la comparto.
No la comparto porque, pese a la contundencia, la brutalidad, incluso, con la que describió y criticó la política y las carencias del Gobierno que preside Rajoy (la descalificación de la política fiscal de Montoro fue inmisericorde), Aznar sabe mejor que nadie que quien controla el partido es Mariano Rajoy, sabe, también, que los barones emergentes (Feijóo, Bauzá, Fabra, Monago,) junto con Cospedal, la secretaria general, a quien deben el cargo y a quien se deben es a Rajoy. En el hipotético -y para mi, improbable escenario- de una operación de sustitución en el liderazgo del partido (a la manera como ocurrió en el Reino Unido con Margaret Thatcher), Aznar sabe que sólo podría contar con el apoyo de Esperanza Aguirre y, tal vez, con el de Javier Arenas, dirigente andaluz hoy por hoy perdido en la polvareda, a la manera como le ocurrió a Don Rodrigo. Conociendo el talante de Rajoy, es muy probable que ni siquiera se de por aludido y despache este asunto diciendo que no va a entrar en polémicas y que para él todas las opiniones son respetables. Al tiempo.
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Fermín Bocos