Me he hecho el firme propósito de mirar el lado bueno de las cosas. A estas alturas no es que me vaya convertir en una optimista antropológica, pero tampoco estoy dispuesta a que el pesimismo sea el estado natural en mi vida. El estado de ánimo, por mucho que el gobierno se empeñe en hacerlo algo suyo, depende de nosotros y por eso no hay que mirar a los políticos para saber cómo van las cosas. Ahora toca decir, según ellos, que «lo peor ha pasado» y yo añado, a continuación que tengan el coraje de decirle eso a la cara a los 5 millones largos españoles que se encuentran en paro.
Nuestro estado de ánimo no lo marca la troika por mucho que constate que la reestructuración bancaria marcha, en nuestro país, según lo previsto que es como decir que estamos cumpliendo con el programa que ellos diseñaron y con las condiciones que nos impusieron. Tampoco lo fijan las estadísticas, ni siquiera cuando estas son buenas como lo ha sido la del paro del mes de mayo.
Es una buena noticia que el mes de mayo haya bajado en 100.000 personas el número de parados respecto al mes anterior y también lo es que haya descendido en todos los sectores: desde los servicios, a la agricultura, pasando por la industria, pero si, finalmente, estos datos no se convierten en una tendencia no hay nada que hacer.
Nuestra economía familiar nos va dando pistas y por eso tenemos que ser nosotros y no ellos los dueños de nuestro estado de ánimo
No es por querer «gafar» las cosas, pero por el mes de octubre más o menos empezaremos hablar de si esto es solamente un espejismo puntual o las cosas de verdad, están cambiando. Puestos a ser medianamente optimistas prefiero quedarme con el dato de afiliación a la Seguridad Social que ha aumentado en casi 135.000 personas, con lo que efectivamente la cifra de afiliados es la más alta en lo que va de año.
Afortunadamente tengo trabajo. Me convertí en autónoma del periodismo hace casi diez años después de salir como el «rosario de la aurora» de una de las televisiones privadas mas importante del país, que después de haberme fichado, tras prometerme «el oro y el moro» resultó un fiasco. Esto ocurrió mucho antes de la crisis y desde entonces no sé lo que es tener un solo día de tranquilidad. No he vuelto a tener un mes de vacaciones, ni tampoco la certeza de si a final de mes conseguiré un salario digno, aunque no se aproxime, ni de lejos, al que tenía cuando trabajaba por cuenta ajena. Eso sí, no he vuelto a tener un jefe y aunque ahora tengo varias decenas, tantos como niveles de dirección tienen los programas en los que colaboro, me siento libre como un pájaro para opinar lo que de la gana y tomar las decisiones acertadas o equivocadas que quiero.
Soy pues la dueña y señora de mi estado de ánimo y no el gobierno o los políticos de turno, a quienes me niego a darles vela en este entierro. Ellos serán los responsables de poner en marcha políticas acertadas para elevar el estado de ánimo y el nivel de crecimiento y autoestima del país y eso sólo se consigue a base de trabajo, trabajo y trabajo…. hasta que la vergonzosa cifra de los que pasan sus lunes al sol baje a niveles mínimos.
No es posible que en cuestión de mes y pico los responsables económicos de Moncloa, hayan pasado de ofrecernos un panorama desolador, en el que no se veía nada bueno en el horizonte, a decirnos que la calma ha llegado tras la tempestad. Evidentemente siempre podemos pensar, como una forma de consuelo, que la cosa está mal pero podía estar peor, aunque nadie sabe mejor que nosotros: los ciudadanos de a pie, por donde van los tiros. Nuestra economía familiar nos va dando pistas y por eso tenemos que ser nosotros y no ellos los dueños de nuestro estado de ánimo, como lo somos casi siempre de nuestro destino. Ellos a lo suyo y que no dejen a nosotros con nuestra autoestima, aunque sea de lo poco que ya nos queda.
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Esther Esteban