Cada día los medios de comunicación, especialmente la prensa escrita, abren sus páginas con un nuevo escándalo fruto de sus investigaciones o de filtraciones judiciales que sitúan a los políticos en el centro de la diana de la corrupción. Las encuestas ponen de manifiesto que los dos grandes partidos, pero no sólo ellos, quedan lastrados por los casos de corrupción. Las conversaciones a pie de calle, con cualquier vecino nos trasladan a un panorama de desconfianza, de inquietud, de desesperanza. También de intolerancia. Todos coinciden en que hay más corrupción que nunca, en que los políticos han actuado con tanta impunidad que han pensado que nunca tendrían que responder de sus actos y que la ética, o la pura honradez, no les es exigible.
Al fondo, y a pesar de su descrédito global, la única esperanza para todos es la Justicia. O, mejor, unos cuantos jueces que están demostrando que no les importa quién es el responsable ni su color político y que, a pesar de las terribles presiones que están sufriendo, van a tratar de llevar hasta el final su obligación de hacer justicia, de dar a cada uno lo suyo. Es posible que no lo consigan, pero es nuestra última esperanza.
La Justicia es la última piedra del Estado de Derecho y hoy está en peligro
Tenemos que recuperar la confianza en la Justicia y por eso deberíamos tratar de evitar el nuevo intento de un Gobierno de controlarla, haciendo que su máximo órgano de gobierno quede definitivamente en manos de los partidos políticos y con una estructura absolutamente dominable. La Justicia es la última piedra del Estado de Derecho y hoy está en peligro. Los efectos a medio plazo pueden ser peores que los de la corrupción. Pero no basta con eso. Tampoco con la reconquista social de espacios públicos en los que mostrar el desenganche con la deriva actual, la exigencia de comportamientos éticos o la intolerancia ante ellos. Hace falta un rearme moral que haga frente al desamparo social y que acabe expulsando a los indeseables del territorio cívico.
Dice Adela Cortina, una de las escasas voces intelectuales que han aceptado su misión de ser conciencia crítica, que «si los ciudadanos se pudieran fiar de los políticos, los clientes de los productores, los alumnos de los profesores, y los pacientes de los médicos» tendríamos mucho camino avanzado. Confianza. Esta es una sociedad a la que le han quitado la confianza y sin ésta es imposible avanzar. No nos fiamos de los políticos, pero tampoco nos fiamos entre nosotros.
Los partidos políticos tal como los conocemos, especialmente PP y PSOE, tienen una última oportunidad para la regeneración de la vida política. La Ley de Transparencia puede ser un primer paso. Pero hace falta mucho más. O demuestran que van a cambiar o las próximas elecciones pueden ser dramáticas para ellos. No tienen mucho tiempo. La sociedad, por más que siga adormecida, no puede digerir esa terrible forma de hacer política que nos están contando, sin reparo moral alguno, delincuentes políticos con mando en plaza.
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Francisco Muro de Iscar