martes, noviembre 26, 2024
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Lenguaje nuevo, lenguaje viejo

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Aprecio sinceramente al responsable del grupo parlamentario Popular, Alfonso Alonso; me parece una persona íntegra y llena de buena voluntad. También de fervor partidario, y eso es lo que le mata: el pasado viernes tuve un cierto rifirrafe con él en una tertulia radiofónica, porque me pareció que el señor Alonso usaba y abusaba de ese lenguaje ‘viejo’, del ‘y tú más’ dirigido al adversario, que tanto nos aburre, me parece, a los ciudadanos. Preguntas a unos -populares- y a otros -socialistas- si creen conveniente un pacto de gran alcance entre los dos principales partidos nacionales y ambos te dicen que sí, desde luego; lo que ocurre, añaden a continuación, es que el otro no quiere pactar. No hay más que ver, dicen los ‘unos’ que los ‘otros’ van al Parlamento a armar bronca. O no hay sino que comprobar, aseguran los ‘otros’, que los ‘unos’ no quieren ni pisar el Parlamento. Y ellos sí que son corruptos, no como nosotros, que estamos limpiando nuestros sótanos de corrupción, proclaman ambos. Etcétera.

La sentencia del ‘caso Malaya’ demuestra que los españoles quieren mirar al futuro, y que los jueces carguen con el pasado

Claro, no me extraña nada que la gente ‘pase’ de unos debates parlamentarios construidos de tal guisa. Me parece, y la sentencia del ‘caso Malaya’, tras ocho años de instrucción increíblemente demorada, demuestra, pienso, que los españoles quieren mirar al futuro, y que los jueces carguen con el pasado; pero carece de sentido andar tirándose a la cabeza las trapisondas que entonces provocaron tanto ruido y ahora apenas suscitan bostezos: ha pasado demasiada agua bajo los sucios puentes de las mil corrupciones que han devastado este país, y me temo que nadie puede tirar la primera piedra.

¿Por qué, entonces, no mirar abierta y directamente al futuro, dejando que los muertos entierren -y encarcelen- a los muertos? Lo curioso es que todos, incluyendo los propios cadáveres ambulantes, miran con ansia, y con algo de aprensión, a lo que inevitablemente viene: y entonces llega una señora, a la que en los cenáculos y mentideros capitalinos no se conocía, llamada Susana Díaz, y larga un discurso en uno de esos foros madrileños que deja boquiabiertos a casi todos. Lenguaje nuevo, dicen, el de la flamante presidenta de Andalucía. El propio Rubalcaba, allí presente, parecía fascinado cuando ella, tan fresca, dijo que esta próxima semana se va a entrevistar con Rajoy en La Moncloa y le va a pedir un gran pacto nacional de alcance. Se quebraba una línea roja: ha llegado la hora de las gentes que poco o nada tienen que ver con un pasado colectivo algo bochornoso. Y mira que siempre he pensado que doña Susana Díaz llegó a su peldaño de poder de manera no del todo democrática, gracias a unas primarias que nunca existieron.

Pero, claro, una cosa son las percepciones cargadas de utopía bienintencionada -esa foto a dos, imposible, anunciando el adiós a la puerta de Moncloa- y otra, muy distinta, la realidad. Supongo que tanto Rajoy como Rubalcaba, que baten récords de impopularidad en las encuestas, viven tan alejados de la calle que piensan que siguen siendo necesarios, imprescindibles más bien, para la correcta gobernación del país. Y no: el pacto ideal que habrían de hacer sería el de asegurar un progreso del país hasta 2015, y entonces ser sustituidos ambos, por otras gentes, surgidas de unas elecciones primarias en condiciones. Pura utopía, ya le digo; aquí, tanto en lo que se refiere a soluciones para Cataluña (por ambas partes, claro) como a recetas económicas o a explicaciones de diversas trapisondas y corruptelas, seguimos como siempre y en lo siempre: con el viejo lenguaje. Atentos a prohibir ir sin casco cuando viajamos en bicicleta por una ciudad y, en cambio, mirando empecinadamente para otro lado cuando a alguien se le ocurre gritar que, o se cambia la forma de gobernar, o acabaremos yéndonos al carajo. Sí, he dicho al carajo. Lo repito porque hay mucha gente dura de oído. Y de mollera.

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Fernando Jáuregui

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