Como decía el poeta romano Juvenal allá por el siglo I, «Pan y Circo». Él era mucho más fino, «panem et circensens», pero este no es tanto tiempo de finuras y quizás sí de costuras. El pueblo ya se conforma con poder comer y, en segundo plano, con poder entretenerse con algo. Lo primero, cada vez está más difícil. De lo segundo andan sobrados, ya sea con ciertos espacios de la TV como hasta con los «gladiadores» del «Coliseo» del hemiciclo del Congreso.
Ver cocinar puede ser interesante o incluso despertar la curiosidad del respetable siempre y cuando sean personas anónimas como cualquier telespectador. Descubrir qué puede hacer con alimentos accesibles para todos, cómo se pueden equivocar, como todos, y cómo intentan hacerse un futuro para salir de la miseria en que viven, como lo intenta la mayoría de este país, sirve cuando menos de motivación para pasar un rato frente al televisor.
Contemplar cómo doce chefs reputados, con buenos trabajos e incluso con restaurantes propios, intentan hacer platos de esos tan finos como Juvenal, con ingredientes que uno se pregunta dónde diablos se pueden adquirir, y con el único objetivo de ver cuál de ellos sale más rico del espacio, cuál puede ampliar su local o adquirir uno propio, es algo que sólo interesa a Chicote, a sus dos compañeros de jurado y a los que van al «circo» sin mirar previamente si van a aparecer gladiadores, leones o un minotauro.
De acuerdo que 2,3 millones de fieles siguen siendo muchos en estos tiempos tan austeros de la audiencia, pero para un programa en el que la cadena se había volcado y que pretendía emular al espacio de cocineros de La 1, que superó en varias ocasiones los 4 millones de espectadores (incluso se despidió con 5,5 millones), es una minucia. Que te gane hasta un espacio de «access» al «prime time», como «El intermedio», deja bien a las claras que algo no funciona, y ese algo no es Paula Vázquez, que sólo aparece en el formato que completa «Top Chef», una «despensa» que cada vez está también menos llena de personas.
La gente no quiere «chicotes» a los que no se les suba la vena como a la Patiño, que no se enojen, que no den un puñetazo encima de la mesa si es preciso. No le motivan los que miden sus palabras para no ofender a un compañero de profesión. Para eso prefieren «chocotes», trozos grandes de sepia con los que poder darse una alegría para el cuerpo. El «pan» de los romanos, sí, pero para pringar en ellos.
La mosca de ajuste