lunes, noviembre 25, 2024
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Carolina Punset y el «daltonismo» de los verdes

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Hace unos días conocí a Carolina Punset, la hija ecologista del célebre Eduardo Punset, en su casa de Altea, localidad en la que ha asumido el reto de ser concejal de urbanismo para frenar los dislates del ladrillo y en la que ha promovido otras interesantes iniciativas verdes. Charlé con ella antes, durante y después de la sobria comida a la que me invitó . Y me llevé, aunque nunca meto la mano en el fuego por nadie, una buena impresión de esta mujer que ha estado, entre otras cosas, en el partido verde francés Europe Ecologie .

A los postres le regalé un ejemplar de mi libro La Epidemia Química y ella me correspondió regalándome el suyo, que acaba de publicarse, titulado  «No importa de dónde vienes, sino a dónde vas» (Espasa). Lo he leído con agrado. En él, aparte de contar con gracia algunas de sus batallitas con su partido verde de Altea (incluidas las malas artes que hubo de sufrir de manos de los partidos adversarios) hace unas reflexiones sobre el movimiento político verde que, para mí, son lo más interesante de la obra y en las que yo coincido en gran medida.

Entre ellas, el desagrado que le produjo cuando en una reunión de Equo a la que asistió manifestaron ser «un partido de izquierdas, laico y republicano». No entendía Carolina «para qué servía crear un partido ecologista si iba a asumir los mismos postulados que otra formación que ya existía y que además se autoproclamaba ecologista» (en referencia a Izquierda Unida). La respuesta alucinante que recibió fue: «Carolina, es imposible ser verde y no ser de izquierdas».

Pero ¿es eso así?. Probablemente sí para quien tenga puestas unas gafas de cristales rojos de muchas dioptrías. Y un sectarismo tan intenso que se atreva a dictar graciosamente desde su rojo trono quién es ecologista y quién no. Pero es evidente que no es necesario ni bueno para la causa ecológica, que a cualquier posible votante verde se le fuerce a tragar sapos que no tienen nada que ver con ella, como ser de izquierdas, laicista y republicano o, estar, por ejemplo, a favor del aborto.

Y lo que cuesta más comprender es que algunas personas con gran historial en el mundo de la ecología independiente, y que han podido tener por ello una mayor amplitud de miras, hayan entrado en ese juego. Personas que han estado en entidades que han hecho bandera de su independencia política, lo que les ha dado mayor prestigio y apoyo público. Porque es evidente que muchos de los socios de Greenpeace, de SEO-BirdLife, de WWF,… no son ni serán jamás «de izquierdas, laicos y republicanos». Son simplemente personas, de muy diversas orientaciones políticas, que quieren apoyar la lucha contra el cambio climático, la defensa de los bosques y las costas, que se cierren las nucleares,… o muchas otras cosas. Y muchos de ellos se darían de baja si les mezclaran eso con otros aditivos.

Por diferente que sea una organización ecologista de un partido verde, no lo es tanto como para que en el paso de la una a la otra se olviden cosas de sentido común. Los simpatizantes de aquellas asociaciones no dejan de ser una muestra representativa de quienes apoyan los postulados de la ecología en España. Y no comprendo que esa realidad no fuese tenida en cuenta cuando es evidente que haberlo hecho habría redundado en mejores resultados electorales.

Como Carolina Punset dice a algunos verdes en su libro: «podéis optar entre la tremenda autosatisfacción que os proporciona definiros como «de izquierdas» o por intentar que se produzca un cambio de modelo en nuestra sociedad. Creo que hay que estar abiertos a conquistar para la ecología votos de todos los sectores sociales, porque necesitamos una mayoría de ciudadanos implicada en el cambio, o no habrá cambio».

Dice también que «si nos despojáramos de prejuicios (los verdes) conseguiríamos captar votos no solo en la izquierda sino más allá de ella. Estoy  convencida de que tenemos atractivo suficiente y capacidad para unir y crear puentes en lugar de cavar fosas entre las personas con distintas ideologías». Denuncia Carolina, en fin, algo que lleva años preocupándome y a lo que dedica un capítulo titulado «daltonismo político», aludiendo a la patología que lleva a no distinguir el rojo del verde. Porque es, sin duda, y así lo denuncia, el gran cáncer del ecologismo político, que no solo desvirtúa lo verde sino que le hace tener pésimos resultados electorales una y otra vez.

Sectarismo de izquierda y fracasos electorales

Carolina Punset cita varios casos concretos de como el sectarismo de izquierdas ha llevado una y otra vez al fracaso los proyectos verdes, en Alemania, Francia, España y otros países. Pero como, pese a ello, se ha insistido en los errores, sacrificando activos importantes en los altares de ése sectarismo. Por ejemplo, cómo se machacó a Marina Silva, líder ecologista de incuestionable trayectoria en defensa del Amazonas, a pesar de haber conseguido veinte millones de votos para el Partido Verde brasileño, solo por no ser partidaria del aborto. O el caso del brillante Nicolas Hulot, una auténtica estrella mediática en el país galo por sus documentales sobre la Naturaleza, que se descartó como candidato de los verdes, optando por una candidata mas «roja» que, además de ser una pésima oradora, se sabía que era detestada por el electorado. O como el propio Daniel Cohn Bendit, a pesar de su apodo de «el rojo» , se ha visto en problemas por defender que en el proyecto verde deben integrarse personas procedentes de diferentes sensibilidades políticas y no solo de izquierdas.

Dice Carolina Punset en su libro que «no hace falta ser de derechas o de izquierdas» para ser verde. Que hay que huir «de la división trasnochada de la vieja política del siglo XIX». Pero que, lamentablemente, en países como Francia o España, en los partidos verdes, cuyas estructuras suelen estar dominadas por ciertos sectores «arrinconan a los más tolerantes, a los que huyen del sectarismo» y «la consecuencia es siempre la misma: a nivel externo , fuera del partido político, en el mundo real, los postulados ecologistas ni progresan ni se difunden».

Cita el caso de Europe Ecologie, en Francia, de la que la propia Carolina llegó a ser candidata, y que al principio, cuando priorizaba lo verde sobre lo rojo, obtuvo excelentes resultados de un 16% de los votos en las elecciones europeas de 2009 (con 14 eurodiputados, los mismos que el Partido Socialista Francés) y luego un 12% en las regionales (apuntalándose como tercera fuerza política). Pero cuando los sectarismos de izquierdas se adueñaron de la formación, se desplomaron (cayendo hasta menos de un 3% en las últimas elecciones). Y cita también, entre otras cosas, lo sucedido con Equo, que tras sus derivas ideológicas y pactos con otras formaciones de izquierda y nacionalistas, cosechó un rotundo fracaso en las elecciones. En Madrid no se llegó ni al 2%, y en otras provincias aún menos. Como dice Carolina Punset «la gente prefiere votar al original, véase Izquierda Unida, y no a la copia».

Y en fin, cuenta Carolina otras muchas cosas en su libro. Libro que recomiendo. Especialmente a algunas personas comprometidas con el proyecto verde, para que comprendan la necesidad de no ser excluyentes y abran la puerta a personas con otras inclinaciones, dando libertad en ésas cosas que son secundarias en un proyecto verde. Que dejen a derechas e izquierdas pelearse por ellas. Que piensen no en arañar votos marginales, en a saber qué sectores raritos, sino a lo grande, en conquistar a las masas de todo un país, con toda su diversidad. Rectificar es de sabios. Y lo digo, humildemente, desde el afecto sincero que me une a algunos líderes verdes, y desde mi deseo de que obtengan buenos resultados.

¿Verde o marrón? Priorizar lo verde en los partidos verdes

El mero hartazgo actual de mucha gente con los discursos tradicionales está a favor. Muchas personas votarían a lo verde solo para no votar a los demás. El verde, color de la esperanza, podría atraer a muchos que desean algo nuevo.

 Pero ciertos líderes verdes, en lugar de encender el semáforo verde que animaría a tantos votantes, se empeñan una y otra vez en encender el semáforo rojo (el de la izquierda excluyente) que envía a muchos la señal de no pasar (o no votar en este caso). Los propios verdes, al excluir así a tanta gente, reciben de su propia medicina, siendo a su vez excluidos del panorama político por los votantes.

Hay millones de potenciales votantes que están contra la energía nuclear, el cambio climático, la especulación inmobiliaria en la costa, o los transgénicos, que quieren una comida más sana y ecológica, o que se conserven las especies, los bosques, los océanos,… Millones de personas contrarias a un modelo de desarrollo irracional y consumista que ha depredado la Naturaleza y, de paso, aparte de causar grandes estragos en la propia salud humana, llevado a la crisis económica que padecemos. Millones de personas que querrían un crecimiento no tanto económico como de calidad de vida, y que beneficiase a todos.

Sería tan sencillo como priorizar lo verde, y limitarse a tener un discurso más pragmático y racional en temas no estrictamente verdes. Y los verdes se beneficiarían de algo análogo, salvando las distancias, a lo que benefició a la UCD cuando al principio de la democracia millones de personas no querían decirse de un bando ni de otro. Entonces era una transición, y ahora podemos estar en otra, que tiene que mucho que ver con una crisis de modelo. Algo en lo que los verdes tendrían tanto que aportar.

Muchas personas votarían a un partido verde. Pero muy pocas a un partido marrón (confusa mezcla de rojo y verde). Lo verde no tendrá éxito electoral hasta que se despoje de ésos lastres, dando peso a lo específicamente verde, porque lo verde, verde de verdad, puede ser apoyado por mucha gente, por millones de personas a izquierda , centro y derecha.

Siempre he creído que la patrimonialización de lo verde por parte de cierta izquierda , aparte de ser algo a lo que no tienen derecho por mucho que se lo crean, es el gran cáncer que una y otra vez lleva al fracaso al proyecto político verde, muy por encima de cualquier otro condicionante. Que cualquiera que ponga sus manos en ése proyecto debería tener claro antes que debe dejarse sus sectarismos excluyentes en casa, porque en ése proyecto deben caber todos, también los conservadores verdes (que los hay y no pocos), y no digamos los de centro o simplemente mucha gente a la que sería complejo etiquetar.

Siempre he creído que el espacio verde podía ser una especie de «oasis» neutral al margen de las luchas tribales de siempre, en el que se agrupasen personas con sentido común, capaces de tolerar e integrar y  que buscasen algo nuevo, otro discurso, y no lo de siempre. Que buscasen un poco más de materia gris, más amenazada de extinción en España que el lince ibérico. Un modelo de gestión más racional para con las personas y para con el entorno (que al final también es algo para las personas). Sin tufos ideológicos extraños. Sin la pobreza intelectual que evidencia limitarse a copiar ideas de ciertos partidos ya existentes.

Pero nada. Una y otra vez lo mismo. Los mismos errores. Y los mismos fracasos. Lo verde no despega en España. Y la culpa creo que es, en el fondo, de la falta de fe en lo estrictamente verde que hay en algunos proyectos. Parece que los que encabezan los proyectos no creen en realidad en la importancia de lo verde sin aditivos. De modo que siempre acaban mezclándolo con cosas de otros colores, hasta hacerlo indistinguible de ellos. A veces incluso creen que así lo fortalecen, cuando no hacen más que matarlo por envenenamiento con ideologías extrañas. Y por negarle así el apoyo de grandes sectores sociales que, no tengo duda, tendría. Los electores, ya puestos, acaban siempre votando a formaciones de ésos otros colores (que además, por su parte, se han cuidado de pintarse algo de verdes)  y no  a los verdes.

Con ello no quiero decir que en los partidos verdes no quepa la gente de izquierdas, sino que en la misma medida debieran caber personas de otras sensibilidades, siempre que no se sacrificase lo verdaderamente verde. Y que los asuntos no verdes no deben ser ejes centrales programáticos, dogmáticamente impuestos, concediéndose libertad de opinión y de voto sobre ellos. Porque, además, los verdes deberían ser también en esto un ejemplo de democracia interna y no una continuación de la partitocracia que nos domina. Puede estarse de acuerdo en muchas cosas básicas no estrictamente verdes, por ejemplo de justicia social, de honradez, de austeridad, de eficiencia,… estableciendo un pacto, de «centro» si se quiere,  en cosas en las que cualquiera pueda estar de acuerdo, sin necesidad de imponer a nadie que comulgue con ruedas de molino de discursos sectarios de un color o de otro que, la verdad, huelen a rancio y, en el fondo, no son más que dos caras de una misma moneda antiecológica.

Creo que a quien de verdad le importase lo verde, y no quisiera condenarlo al fracaso, sabría hacerlo. Igual que en una familia puede haber gente de izquierdas y derechas, pero a pesar de ello, seguir unidos en pro de un objetivo superior, podría pasar en un partido. España misma no tiene por qué ser diferente de una familia, no tiene que estar eternamente enfrentada en bandos irreconciliables. Es necesario que haya partidos que tengan ésos valores integradores y marquen un camino nuevo a los otros partidos, en lugar de meterse en una de las trincheras que ya hay. ¡Qué bonito sería que los verdes, que aspiran a cambiar el mundo, lo hiciesen!. Eso sí que sería verdadera ecología social. Por el deseo que tengo de que alguna vez lo verde obtenga buenos resultados espero que sea así. El águila verde española, hoy amenazada de extinción, nunca levantará el vuelo con un solo ala, sino con el equilibrio entre las dos, la izquierda y la derecha. Creo que lo decía Buda: la virtud está en el camino medio. Y ése camino sería la existencia de un partido verde con un discurso rabiosamente independiente de cualquier otra ideología. Verde, verde, verde,… No es tan complicado si quiere hacerse.

Carlos de Prada

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