miércoles, noviembre 27, 2024
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Los exquisitos cabreos

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¿Qué quieren que les diga? A mí me parece que el escándalo del espionaje por parte de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) se parece mucho al comienzo de la introducción de «Los intereses creados» de don Jacinto Benavente e incluso al desarrollo mismo de la obra: «He aquí el tinglado de la antigua farsa». Se comprende que cuando la verdad salta a los periódicos y llega a la opinión pública, la obligación de todos es poner cara de susto, escandalizarse lo suficiente pero sin pasarse mucho y pedir, como ha hecho el Gobierno español, el necesario equilibrio que debe mantenerse entre la seguridad y la defensa de la privacidad e intimidad de las comunicaciones, tal como recoge claramente la legislación española. Todo un ejemplo de exquisito cabreo lo mismo que la educadísima respuesta oficial de la embajada de los EEUU: vamos a hacer las cosas bien que somos amiguetes y ya les informaremos.

Es un despropósito. Si las cifras que se manejan sobre conversaciones intervenidas son ciertas, la cosa parece que asciende a 60 millones en sólo un mes y en sólo España; ¿por cuánto hay que multiplicar esta cifra si el espionaje tuvo lugar pongamos que en 19 países y en más de 30 días? Las cifras que resultan son tan desmesuradas que no es fácil imaginar la sofisticación informática que deben tener los centros USA para filtrar semejante caudal de conversaciones, millones y millones de conversaciones diarias. Ya sé que esto que digo es muy infantil, pero desde que en la propia España, aquí mismo, el CNI o como se llamara entonces, espiando «aleatoriamente» pillase, mire usted por dónde, conversaciones del Rey, a mí ya me queda muy poca fe en todo este lío.

Y es que además todos saben que se espían unos a otros, que lo que verdaderamente importa no es la política sino el espionaje industrial y que a la hora de pedir favores no hay ningún problema para solicitar la colaboración de servicios extranjeros sobre problemas domésticos; pero es que esa ayuda sería imposible sin los servicios extranjeros no estuvieran espiando en nuestra casa. Yo creo que se me entiende.

Lo realmente escandaloso en esta farsa convenida son dos aspectos preocupantes y que ya he insinuado. Por una parte que haya instituciones paralelas dentro de los gobiernos pero que actúan al margen de los mismos: dudo mucho que Obama supiera que el teléfono de Merkel estuviera intervenido lo mismo que no me creo que Felipe González estuviera al tanto del espionaje -«aleatorio», eso sí- al Rey de España. Esas instituciones siempre han sido oscuras y siempre han ido más allá de lo que debieran.

El segundo aspecto preocupante es que parece que está claro que se trata, sobre todo, de espionaje industrial con las nuevas tecnologías. Esto ha ocurrido siempre pero la diferencia ahora es que sean esas instituciones gubernamentales las que trabajen ¿para quién? ¿para los gobiernos que las crean o para intereses particulares de grandes multinacionales que están por encima de los gobiernos? Eso sí es ya preocupante como lo es la colaboración -¿interesada o desinteresada?- de las compañías telefónicas y/o informáticas dispuestas, al parecer, a entrar en un juego tan repugnante.

Pero en fin; tal y como están las cosas, no sé yo si hubiera sido peor que en nuestro país no se hubiera dado ningún caso. Mala cosa es cuando ni siquiera te espían un poquito.

Andrés Aberasturi

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