Siempre he denunciado que el afán de las gentes que nos gobiernan desde, al menos, Isabel y Fernando, tienen por reglamentar al máximo nuestra vida. Quizá por eso sea tan difícil mantener un carácter emprendedor en el país en el que el ‘no’ es la respuesta oficial a cualquier iniciativa que se salga de la burocracia, y tal vez por lo mismo resulta que tenemos diecisiete reglamentos de caza y otras tantas normativas para embotellar agua mineral, por poner apenas dos ejemplos.
Si le digo a usted la verdad, y siguiendo en esta línea, no deja de pasmarme que, con la que está cayendo, el PSOE nos salga con la necesidad de sacar del Valle de los Caídos los restos, de los que sin duda ya no quedará gran cosa, de Franco; ya me dirá usted dónde estaban las manifestaciones de ciudadanos exigiendo perentoriamente al Gobierno que ponga en marcha esta medida… que, por cierto, los socialistas no adoptaron en veinte años de mandato.
Por lo mismo, causa un poco de perplejidad que, como si no tuvieran otros problemas -que vaya si los tienen- los gobernantes autonómicos catalanes, como en otras partes hicieron antes algunos responsables municipales de otras partes, que tanto da, hayan encontrado tiempo para prohibir a los circos ir con animales. Llevando así al paro a los domadores, que ahora tendrán que meter la cabeza en la ventanilla de un funcionario, que es mucho más peligroso que hacerlo en las fauces de un león, y, de paso, dejando sin empleo a los elefantes, tigres, monos y hasta a los perros-clowns que antes eran el solaz de los niños y de los mayores con alma de niños.
Bueno, al fin y al cabo ya prohibieron los toros, con lo fácil que era encogerse de hombros y, al que le guste la fiesta, que vaya y al que no, que se quede en casa. Pero por algo hay que distinguirse y, la verdad, resulta muy difícil superar en algo a esta España oficial llena de normas, zancadillas desde los mostradores burocráticos, reglamentismos mil, en la que hasta morirse es un acto sujeto a muy diferentes modelos tasados de ataúd (palabra de honor; no me lo invento).
Así que, llenos de celo por la salud y bienestar de los pobres animalitos circenses, se prohíben y se acabó el problema (que, por cierto, nadie había detectado hasta que llegó la lupa funcionarial). Y que se fastidien los de Madrid, a los que aún no se les había ocurrido tan sabia censura y aún van, los muy retrógrados, a ver el circo convencional, menuda animalada.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Fernando Jáuregui