La abstención de los diputados del PSC (13) en la votación de una moción presentada por UPyD para rechazar la deriva independentista tras la que se escudan quienes en Cataluña impulsan el llamado «derecho a decidir», ha dejado en evidencia la debilidad que aqueja al PSOE.
También ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de algunos dirigentes socialistas que ya no ocultan el hartazgo que les provoca la línea política seguida por el partido que debería ser la «franquicia» socialista en Cataluña. Debería ser, pero no lo es.
Los socialistas catalanes van por libre y antes que socialistas son nacionalistas
Entre quienes ya no ocultan su pensamiento a éste respecto está Alfonso Guerra, el exvicepresidente del Gobierno y antiguo «número dos» del partido cuando Felipe González llevaba con mano firme el timón de una nave que hoy sigue rumbos erráticos. Guerra le ha puesto voz a lo que todo el mundo sabe. Los socialistas catalanes van por libre y antes que socialistas son nacionalistas. Parece que todo el mundo lo sabe -me remito a las declaraciones de Fernández Vara, García-Page, Rodríguez Ibarra o Joaquín Leguina-, todos lo saben menos Alfredo Pérez Rubalcaba que hace como que no se entera pese a que el pasado viernes estuvo en Barcelona y tuvo tiempo para hablar con Pere Navarro, el desnortado jefe de filas del PSC.
Que en una comunidad tan poblada como Cataluña, en la que durante muchos años el Partido Socialista fue hegemónico en las elecciones generales y municipales, a la sazón, tenga una estimación de voto que apenas llega al 6%, es una mala noticia. Mala noticia porque, hablando en términos políticos, este partido, al igual que el PP -cada uno con su ideología, pero unidos por el respeto y la defensa de la Constitución-, están llamados a vertebrar España. Vertebración que se presenta más necesaria que nunca frente el desafío separatista.
Rastrear el origen de semejante estado de cosas conduce, sin estaciones intermedias, de la perplejidad a la melancolía visto que el nacionalismo es una ideología o sentimiento de raíz reaccionaria que sacraliza la tradición y con ella los privilegios de un sector de la burguesía («El que quiere rancho aparte, es porque quiere comer más» –José Bono, dixit).
Por eso se comprende mal que quienes se proclaman socialistas -un ideario que no reconoce fronteras y tiene como seña la solidaridad-, se manifiesten con palabras y aspiraciones similares a las de los nacionalistas. Tengo para mí que sí las cosas siguen por esa vía, la dirección del PSOE acabará refundando el partido en Cataluña.
No sería la primera vez que esta idea tomara asiento en sus análisis de situación. A Pepe Blanco, cuando era secretario de organización, ya se le pasó por la cabeza. Se sabe que Rubalcaba duda, pero los hechos son tenaces: cada vez son menos los ciudadanos dispuestos a votar a un partido que no dice lo mismo en todas partes y proyecta la penosa impresión de navegar a la deriva.
Fermín Bocos