lunes, noviembre 25, 2024
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Queridos libreros

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Quiero pensar que somos mayoría los que nos apenamos al ver cómo desaparecen inexorablemente las librerías de toda la vida. Es una pena profunda, sentida de veras, del que sabe que el libro ya no es aquel compañero fiel que, como el viejo perro espera el silbido para salir corriendo en pos de su amo, aguarda que se extienda la mano hacia el estante, siempre dispuesto a acompañarnos donde sea y narrar la historia dormida entre sus hojas.

Parece que alguien quisiera que el libro sea un mero producto del mercado. Como tal debe venderse, no en un local sosegado donde el librero pueda orientar sin prisas al lector, sino en las grandes superficies y en las tiendas de las gasolineras, en las estaciones y aeropuertos, en cualquier sitio, en definitiva, donde la prisa impida un instante de calma, de lectura y de intercambio, con la casi seguridad de que los agobiados dependientes no puedan, ni quieran, siquiera opinar sobre el contenido de lo que venden.

Parece que alguien quisiera que el libro sea un mero producto del mercado

Es una extraña sensación la que nos embarga. Llegas un buen día a la librería y descubres que ya no existe. ¿Cómo es posible, se pregunta uno, que haya cerrado así de golpe, sin un grito de pena ni una palabra airada? Los dos últimos libreros que he visto desaparecer en unos pocos meses han sido Juan Pablo Barrero y Mario Núñez. El primero ha tirado la toalla y se ha refugiado en una jubilación tardía. El segundo, mucho más joven, ha tenido que reinventarse para seguir comiendo y ahora vigila en turnos alternos la sede de una sucursal bancaria.

Haciendo memoria recupero los dos últimos libros que estos dos excelentes libreros me recomendaron. Juan Pablo me desveló los secretos de un libro singular, irrepetible, precursoramente renacentista, como es el Arte Cisoria, de Enrique de Villena, que otros han traducido al lenguaje actual como Arte de trinchar o cortar con cuchillo. Me consiguió un ejemplar de la muy cuidada edición de la Fundación de Castro. Recuerdo todavía que apenas había salido de la librería cuando ya me había hechizado la hermosa cadencia de las antiguas palabras castellanas dominadas con destreza por el ilustrado marqués.

El libro que me recomendó Mario Núñez fue El último encuentro, que Sandor Márai escribió a principios de los años cuarenta del pasado siglo. La historia, que seguramente todos conocen, es una síntesis sabia de todos los sentimientos humanos que, como no puede ser de otra manera, culminan con el perdón y el olvido definitivos.

Cuando un librero desaparece, uno se queda con la sensación de haber perdido un punto de anclaje. De repente, ya no se siente tan seguro surcando este mar de libros y parece como si el timón de la lectura no marcase el rumbo apetecido al haberse perdido, quien sabe si para siempre, la brújula de sus certeros consejos. 

Ignacio Vázquez Moliní

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