El número y calidad de las librerías es un exponente del alma cultural de una ciudad. Como ya vengo reiterando, una ciudad es un estado de ánimo. Y sus librerías, de nuevo y de ocasión (alfarrabistas, les llamamos en Portugal a los libreros de lance) nos sirven para tomar la temperatura, el pulso a la ciudad, al país. Que las librerías desaparezcan es mucho más triste que si desaparecen los bares, pongamos por caso.
Sucede que en Lisboa, ciudad donde podía pasearse yendo de librero en librero, haciendo altos en la ruta por sus colinas, cada vez hay menos librerías. Hasta que no haya ninguna, si por los políticos y financieros fuera. Los intereses de ambos divergen totalmente de los de los amantes de la lectura. Ser librero es duro, no es rentable, es una vocación antes que una actividad comercial, pero el mercado no lo entiende así.
La librería Sá da Costa, en pleno Chiado, cerca de donde van todos los turistas, ha cerrado
Este verano hemos asistido a otro triste cierre. La librería Sá da Costa, en pleno Chiado, cerca de donde van todos los turistas, ha cerrado. Además, fue la gran editora de libros clásicos, perfectamente publicados, intonsos, con buen papel. Esta maravillosa esquina donde podíamos comprar todo tipo de libros, portugueses y extranjeros, además de los propios de la editorial (hoy muy cotizados en el mercado de ocasión, pues son ediciones excelentes) se convertirá en otra tienda de modas o algo así. La librería era grande, profunda, con varias salas, llena de estantes de madera antigua.
Ya no hay esos espacios para las libros y han caído en combate muchas otras librerías lisboetas, a manos de bancos, tiendas de moda global o locales de bebidas regentados por asiáticos. El materialismo más ciego campa. El problema es, como siempre, la rampante especulación inmobiliaria, que convierte los precios del metro cuadrado en algo inabordable para ese modesto y esforzado oficio que es tratar de vender libros.
La Petrony, en la Baixa, la Técnica, en la rua dos Fanqueiros, la Guimarães, la Barateira, la Portugalia, en el Chiado también. Son solamente algunas de las que ya no existen. Muchas más pueden estar a punto de cerrar. Las cargas fiscales, el precio del metro cuadrado, la falta de interés de los políticos en los libros, son algunas de las causas.
Se clausura un espacio para el pensamiento, para el sueño, para la poesía y la imaginación
Un Manifiesto ha sido publicado con motivo del cierre de Sá da Costa. «La zona del Chiado -dice, entre otras cosas, pues no tiene desperdicio- con su ambiente histórico, ha sido escenario de una razzia, de una devastación, que ni la animación callejera, también pregonada y promocionada como «cultural», puede ocultar la destrucción sustantiva de los espacios culturales emblemáticos». No piden subvenciones ni ayudas, piden que se considere el negocio de librero de otra forma. Jack Lang lo hizo en Francia hace más de treinta años y los resultados son evidentes: hay más librerías, más variedad, los barrios tienen libreros, los libros se venden y se leen.
Pero en Lisboa no hay interés por las librerías, sino solamente por el espectáculo. La ciudad deviene un espectáculo permanente para que el turista disfrute. Cruel ironía de la historia, la estatua de Pessoa, a dos pasos de la librería clausurada, sirve para que todos los que no han leído una sola línea suya, ni saben quién fue, se hagan fotografías. Y mientras tanto se cierran librerías, los ayuntamientos abren centros culturales sin contenido, pero eso crea imagen.
Es triste ver cerrar establecimientos. Las ilusiones y proyectos de alguien han fracasado. Y en esta época estamos asistiendo a diario a muchos cierres. Lisboa está llena de locales cerrados, abandonados. Se pierde trabajo, ilusiones, algunos lugares singulares. Pero cuando se cierra una librería es algo peor. Se clausura un espacio para el pensamiento, para el sueño, para la poesía y la imaginación. ¿Qué será de una Lisboa sin librerías?
Redacción