27 de diciembre de 1997:

Todo me da igual. Hoy le he dicho a Jesús que si no cumple sus amenazas de matarme lo haría yo. Quiero morirme no soporto sus continuas vejaciones, sus torturas. Muchas veces me pega después de acostarse conmigo porque dice que es como hacerlo con un témpano de hielo, con una muñeca. Cuando me hace tanto daño que lloró se ríe y dice que disfruta más así porque verme sufrir le excita.

En alguna ocasión me ha quitado la ropa y me ha sacado a la calle de una patada dejándome fuera en ropa interior muerta de vergüenza. Otras veces me obliga hacer cosas que no me atrevo a escribir. Me obliga a limpiarle cuando va al cuarto de baño o a que le introduzca lápices por el ano. Nunca se le dicho nadie ¿Como voy a contar que mi marido me hace eso, que es un monstruo?

15 de febrero de 1998:

Hace unos días me tomé medio frasco de somníferos. Lo malo es que Jesús volvió casa tiempo de avisar una ambulancia. Dice a menudo que va matarme pero no me ha dejado morir. Me hicieron un lavado de estómago y estuve varios días en el hospital. No tengo ganas de seguir viviendo.

15 de enero el 2001:

¡Por fin! Tengo en mis manos la sentencia del juicio contra Jesús por agresiones y abuso sexual. Lo condenan a siete años de prisión y no podrá acercarse a menos de 100 m de mí durante cinco años a partir de salida de la cárcel y tendrá que pagarme como indemnización 1 millón y medio de pesetas. Nada puede compensar el infierno por el que he pasado, pero estoy satisfecha de que se haya hecho justicia. Sin embargo ni me alegro por mí ni lo siento por Jesús. Hace mucho tiempo que no sé lo que es la rabia, ni la emoción. Hace mucho tiempo que no siento nada dentro de mi corazón. Nada.

Este relato forma parte de un libro publicado por la periodista Maite Suñer en el 2002 en el que bajo el título «Maltratadas» recogía nueve historias reales de mujeres supervivientes de la violencia machista. Recuerdo que en su momento lo leí con avidez subrayé alguna de sus reflexiones y lo guardé, junto con otros muchos sobre el mismo tema, pensando que no resistiría el paso del tiempo. En el mismo se decía que en el 2001, un total de 70 mujeres habían muerto a manos de sus parejas y solamente un 5% de las mismas habían presentado denuncia. Ayer mismo, doce años después, se publicaba la noticia de que un hombre de 50 años había acabado con la vida de su mujer de 52 y de su hijo de 10, en un pueblo de Castellón. Con este último caso en lo que va de año 41 mujeres y cinco niños ha muerto por violencia de género y la inmensa mayoría jamás habían denunciado a su agresor.

Hemos hecho leyes, formado a jueces y policías especializados en este tipo de delitos, roto silencios y miedos, pero algo estamos haciendo mal para que los agresores sigan campando a sus anchas y repitiendo estereotipos de siempre. Y lo peor de todo es que cada día las víctimas son más jóvenes y la impotencia cada vez mayor. Sabemos detectar los síntomas porque los parámetros son idénticos: primero los insultos, luego un empujón, la bofetada, la humillación, el ir minando poco a poco la autoestima, la amenaza con llevarse a los hijos…, y el infierno en la intimidad y la soledad del hogar.

Cuando ocurre lo peor… nadie ha oído nada, ni ha intuido nada. Y otra vez el silencio vergonzante de una sociedad incapaz de señalar como apestados a los cobardes. No son hombres corrientes sino asesinos de la peor especie y no es un calentón sino un arma letal capaz de arrasar con todo lo que debería cuidar y proteger.

¡Basta ya!