El fantasma de la desesperación va recorriendo Europa con el manto del hambre y la injusticia.
Los ucranianos tenían la excusa de apartarse del yugo ruso y abrazar a la Unión Europea. Pero las disquisiciones de si debían pertenecer a Rusia o al Viejo Continente, de si poseían una estratégica salida al Mar Negro, en realidad, no eran más que excusas. Lo que ocurrió en Ucrania transcendía todo aquello.
Sí, es cierto que había mucho de eso, especialmente en la obsesión de Putin por alargar la bota rusa al segundo país en importancia de la antigua Unión Soviética. Ese Zar, revestido de demócrata no permite que sus países satélites – aunque sean soberanos – puedan arrogar el abrigo de otros socios. Los subsuelos ucranianos, con los gasoductos, son lo suficientemente importantes como para que Putin se crea dueño y señor. Son demasiados suculentos como para que estén en propiedad de otro.
Pero las protestas eran mucho más sencillas. No era ni por el gas, ni por las salidas al mar. Con un desempleo galopante y una hambruna extensa, los ucranianos se revelaron contra un gobierno corrupto; pero es que, las anteriores administraciones de Ucrania fueron iguales. Desde Kuchma al Gobierno actual, las administraciones ucranianas han servido para eso, para administrarse, pero ellas. Eso sí, enarbolaban la bandera y la democracia. A los políticos se les llenaba la boca de libertad. Sin embargo, solamente unos cuantos oligarcas vivían en la excéntrica abundancia, mientras el pueblo se empobrecía. Claro, hasta que se despertó.
Algo parecido está ocurriendo en Bosnia. El Mariscal Tito obligó a serbios, croatas y bosnios a una convivencia inhabitable. Y así estuvieron durante más de cincuenta años. Pero muchas veces, el roce no hace el cariño. Al contrario y si no que se lo pregunten a los serbios cuando, durante la Segunda Guerra Mundial miles de ellos murieron a manos de los ustaches – croatas, extremistas de una derecha sin piedad – o la venganza serbia con miles de croatas que fueron masacrados durante la Guerra Civil de los 90.
Los odios atávicos son los peores. Por eso, a veces los divorcios se convierten en un mal necesario.
Tras terminar una guerra, en la antigua Yugoslavia, que nunca debió haber existido, en 1.995 los acuerdos de Dayton, y bajo los hospicios de Clinton, obligaron de nuevo a una convivencia muy difícil.
Pero a eso hay que unirle una economía que se quedó estancada desde hace más de una década. Una inflación cada vez mayor, un desempleo que, según los datos oficiales supera el 20% aunque extraoficialmente se habla de un 40% ; y unos gobiernos que han manoseado el dinero de unos ciudadanos dejándolos cada vez más paupérrimos.
Bosnia, la gran olvidada ve como Croacia es ya miembro de la Unión Europea y que Serbia mantiene unas negociaciones muy avanzadas para ingresar en el club de la Unión.
Pero en ese emparedado, está Bosnia. Una desterrada sino fuera por la guerra, que acabó con casi un millón de personas.
Y ocurre lo mismo que en Ucrania. Nadie sale a protestar hasta que lo hace. Existe ya una generación que no ha trabajado nunca en aquella región y, lo peor, es que no va a poder trabajar. Esa generación es la de la oscuridad, tanto en el presente como en el pasado. No me extraña, que cuando ya no tienen nada que perder, salgan a la calle.
Pero Hungría está a un paso de Ucrania y Bosnia; lo mismo que Kosovo, que por cierto ya ha hecho amagos.
Y si nos vamos al sur de Europa, el tema también se complica. Grecia está al borde del colapso, lo mismo que Chipre. España y Portugal sobreviven empobrecidas, viviendo de lo que pudieron ser y no fueron. Sus jóvenes se van, sus mayores se mueren de tristeza y la gran masa social vive entre el desempleo y la economía sumergida.
No son palabras menores. Puede ser en un plazo razonablemente corto, una olla a presión.
Alberto Peláez