Poco le importó al joven manifestante Vladimir con tan solo 28 años, parapetarse sobre una placa de metal que parecía papel. Les hacia frente a unos francotiradores cuyas ordenes eran concretas. Para cuando la bala atravesó la placa y su cuello, Vladimir ya se estaba desangrando. Era esa sangre eslava con glóbulos blancos y rojos que guerreaban por sobrevivir. Se trataba de una réplica de las guerras atávicas de muchos países satélites de la antigua Unión Soviética que arrastran aún sus batallas en las conciencias hasta que llegan a las calles.
Pero de repente, todo ha cambiado. El ya ex presidente Yanukóvich está prófugo. Llegan al poder los europeístas con la virginal Yulia Timoshenko. Todos están de acuerdo o, parecen estarlo. Pero el zorro de Putin vigila en silencio.
Se han firmado documentos, papeles para parar esa espiral de violencia que parecía no tener fin. Aunque es Rusia la que dice cuándo y cómo hay que firmarlos. De todos modos, un acuerdo en esos países tiene la misma validez que sus fronteras que se mueven cada treinta años. No hay más que recordar todos los documentos que se firmaban en la antigua Yugoslavia durante la guerra. Un día sí y otro también, se rompían en cuanto las autoridades se marchaban pensando que se había llegado a un armisticio.
Son países con poca historia. Si no que se lo pregunten a Moldavia, un quiste en efervescencia que puede tomar el ejemplo ucraniano. Moldavia formaba parte de Rumania hasta que dejó de hacerlo y se echó en manos de los soviéticos.
Que se lo pregunten a Bosnia y a Kosovo, ahogados en su propio vómito de corrupción e impunidad
A Ucrania, le pasa lo mismo. Durante años perteneció a la Unión Soviética. Es poco tiempo el que lleva subsistiendo como Estado, demasiado poco como para alcanzar la mayoría de edad. Además este adolescente, al que le suben y bajan las hormonas, posee el ímpetu insultante de la juventud y juega con ella, sin pensar en las consecuencias. Lo digo porque hay muchos focos problemáticos dentro de la propia Ucrania. La región de Crimea es uno de ellos.
El antiguo Presidente soviético Nikita Khrushchev que comandó el país durante la Guerra Fría, era ucraniano y “cedió” – en los tiempos donde todo dependía de Moscú – a Crimea de manos rusas a ucranianas. Claro que en Crimea está el estratégico puesto de Sebastopol, castigado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de estar al sur de Ucrania, se siente rusa y si no es así, Putin hace que desde el Kremlin, así se sienta. Un rompecabezas que no se arregla con tanta facilidad. Y en este puzzle, además actúan los macro intereses de la propia Rusia, Estados Unidos y la frivolidad de la Unión Europea, que juega al doble juego especialmente, Alemania.
A la Merkel se le llena la boca de libertad, mientras esta casada con Putin por los importante acuerdos que ha llegado sobre todo, en materia de energía.
Las imágenes de los ministros de la Troika, encabezados por Francia caminando por las calles de Kiev, resultan patéticas. La arrogancia europea de jugar a todos los juegos, desde luego no casa con centenares de civiles que han dejado sus vidas estos días en las calles de Kiev.
Con la llegada de los proeuropeos, pareciera que todo se ha arreglado. ¿Están seguros? Ya se sabe que Kiev ya no cree en las lágrimas. Kiev no cree en nadie.
Alberto Peláez.
Alberto Peláez