Ni una palabra sobre cultura, sobre la cultura, en el debate sobre el estado de la nación. Ni de Rajoy, ni de nadie. Del Presidente, un señor que a los parlamentarios les llama «diputaos» y que dice que las políticas de su gobierno han «funcionao», cabía esperarlo; no así de Rubalcaba, que fue ministro de Educación, o de algún otro de los interpelantes, que sabemos medianamente instruidos.
La cultura, esto es, aquello cuya existencia, extensión y calidad determina que un país sea una nación, y no una cábila, pues se trata de un bien social tan básico como la Sanidad, no parece importar a nadie. Se ve que, como bien social, lo dan por perdido. ¿Qué importa que los españoles no sepamos de dónde nos viene el aire, ni hacer la o con un canuto, ni expresarnos en nuestras lenguas con precisión y decoro, ni disfrutar de la música y del arte, ni hallar en los libros el porqué de las cosas, ni descifrar los arcanos de la Historia o de la Naturaleza, ni embellecer la vida ordinaria y de relación con un poco de refinamiento? ¿Qué es eso al lado de la prima de riesgo o del quimérico 1% de crecimiento de la economía para 2014 que augura Rajoy, el contable?
El Presidente masticaba chicle mientras los representantes del pueblo español se dirigían a él desde el estrado. A Aznar le daba, en sus viajes, por poner los pies sobre la mesa. Y a Zapatero, más sensible y voluntarioso en lo tocante a la cultura, le deba, en cuanto se descuidaba un poco, por lo cursi. Las formas, en política y en casi todo, son el fondo, pues lo desvelan absolutamente.
El fondo machista del PP, pero no sólo del PP, ese que se incomoda ante la mujer que piensa por sí y habla con su voz, también se desveló en la respuesta última de Rajoy a Rosa Díez, inelegante y cateta, y ello pese a que el registrador de la propiedad sabe que podría necesitarla en un futuro próximo para gobernar en algún sitio, aunque, ciertamente, nada incomoda tanto como lo que se necesita.
De las hambres de los escritores, de los músicos, de los restauradores, de los artistas de circo, de los pintores, de los arquitectos, de los periodistas, de los traductores, de los artesanos, de los pequeños editores, de los actores, de los cantantes, de los decoradores, de los bailarines, nada se dijo. Es verdad que es la misma hambre que la de los demás, pero habría merecido, de alguien, alguna palabra.
Rafael Torres