sábado, noviembre 23, 2024
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En un jardín de púas

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Sin minuto de silencio, sin liturgia previa, sin literatura, comenzó el derby a la hora señalada. Sólo la mirada baja de Simeone anunciaba la batalla heterodoxa que estaba por venir. A la salida del primer córner, Di María encomendó una de sus combas al diablo del fuera de juego y encontró a Karim, escondido entre la línea que tiran los defensas.  Soltó una zarpa juguetona y fue el gol nº 38 que al Atleti le pilla mirando al sol. No se sabe si fue la relajación que provoca el francés, o el exceso de concentración de los jugadores atléticos, fijos sus ojos en los tendondes de los madridistas, antes que en plan general; no se sabe, pero como tantos goles madridistas de los últimos años, surgió de una esquina cualquiera y cuajó en la red, antes de que la memoria lo pudiera procesar.

Faltaba Marcelo, que lleva una interrogación asociada a sus caderas. La misma que cuando aterrizó en Castilla, en tiempos tan lejanos que todavía se decía desde gobernación que los pisos nunca dejarían de subir. Sabe jugar, sí, pero ¿sabe defender? (nótese la diferencia que hace el madridista: como si defender fuera entresacar remolacha y jugar fuera pescar al genio con una red). El madridista, sujeto inexpugnable al saber, que nunca tuvo un cruyffismo, y al que la reeducación de mouriño sólo le ha servido para distinguir entre interior y extremo, desglosa al pobre Marcelo en dos entidades diferentes: la deliciosa y la que le provoca terror. El caso es que sin Marcelo al Madrid le cuesta horrores persignarse al otro lado de la raya de medio campo cuando los contrarios no se vencen únicamente por el blanco de la camiseta. Y hoy salió Coentrao. O eso dicen.

A los aficionados madridistas se les puso la cara golosa de fiesta mayor, pero en un equipo dramático como el Real, los goles tempraneros suelen significar el detonante que pone en marcha la acción. El Madrid se relajó instintivamente, como ocurre después de un orgasmo, y el tribal Atleti de Simeone, comenzó una escalada de violencia que convirtió todo el campo en una escaramuza permanente. Una apoyo rapidísimo de Diego Costa, que huye al espacio con fanatismo, acaba en una fábula conocida: Ramos derriba al delantero mientras le reprende con gesto flamenco. Fue penalty pero no se pitó; el escenario más querido por el Calderón, tan conectado con el equipo del cholo, que se acaban fundiendo por la base. A partir de ahí, todo fue incendio. El Real no dio tres pases seguidos -como en la profecía-  hasta que saltó Marcelo en el minuto 60. Resistió y no se quebró, pero demostró que tiene una medular tan volátil como aparenta. Una roca ferruginosa en el centro y dos mariposas flotantes alrededor.

Di María y Modric, suman los dos el peso de Khedira, se van con un amague, roban por detrás, se cruzan, llegan al área, se anticipan y asisten y marcan y son las reinas del carnaval. Pero llegan equipos como el Atleti, y te obliga a cavar una trinchera en tu posición y no moverte; so pena de que entren hasta el centro de los salones y rompan el riego sanguíneo del equipo. Desconectan la defensa del centro del campo -excepto Xabi, que acaba barriendo toda la porquería que se encuentra, pero a la hora de empezar la jugada está muy lejos de todo-; y en el ataque, sólo Benzemá acude a la danza por la posesión. Cristiano y Bale andan a mozas, a ver qué les cae, ejercitando sus músculos para una carrera que hoy se demostró estéril.

Cada jugador Atlético parecía una estrella de la muerte, con pies y brazos girando en remolino, despidiendo esos destellos de odio que Simeone sabe ajustar en su medida exacta. El Madrid se quedaba corto por los laterales y la salida central era hostigado con palos y piedras por los furibundos rojiblancos. Así, se abusaba del balón largo, tan pinturero contra los inocentes Alemanes, pero ineficaz contra defensores con cuentas pendientes. Incluso cuando Benzemá bajaba la pelota, las líneas de pase hacia Cristiano y Bale eran mordidas, y los interiores madridistas no se atrevían a subir por exceso de precaución, o porque los atléticos les habían destemplado a base de roerles los tobillos. Di María se enredaba amagándose a así mismo y perdía una y otra vez la bola en el centro del campo. Se puso en marcha la maquinaria atlética, hecha para dañar, para aprovechar el fallo ajeno. Después de un saque de banda, Arda Turán fue amontonando madridistas a su alrededor hasta que vio a Koke sólo, sin el argentino -que debía ser su sombra-, y le pasó una pelota llena de rencor.

Fue un gol de un disparo violento que provocó un pequeño estallido social.

Nada cambió. El Madrid siguió muy lejos del área rival, con la fastuosa BBC vagando sobre el campo, y el Atleti, siguió con su política de hostigamiento que estaba empujando a los jugadores madridistas contra su propia portería. En el fútbol, no hay herramienta más igualitaria que la patada. Es una herramienta de clase,que ha sido orillada por la necesidad de vender el juego al por mayor en las televisiones. Guardiola se libró de la violencia, utilizando el pase como medio para amansar los instintos animales del depredador. Afinaba ese barça la técnica en tal grado, que hacía indistinguible al balón del receptor, con lo que la falta era clara y violentísima; como asesinar un ruiseñor. Luego está el correlato propagandístico y moral, todo aquello del pase como fin en sí mismo. Del pase como opio del pueblo, como antítesis a la patada insensible y al trallazo inmisericorde. Eso tan unido a la decadencia del zapaterismo y su representación de la bondad. Solamente Karim jugaba a la lentitud y el pase, que es lo que conviene para no excitar la patada automática del defensor enfurecido. A Cristiano y Bale, los tumbaban al momento de comenzar sus diagonales.

Se vio claro desde la atalaya una línea muy recta desde Gabi hasta la portería del Real. El jugador atlético cogió carrerilla y el chut sonó lleno de fé. El balón sorteó a tres jugadores madridistas que estaban en el punto de mira y se coló por el centro geográfico de la portería de Diego López. Las estiradas del gallego, tienen una carga trágica, como si cada una fuera la última. Esta fue extraña, como un desperezarse hacia el lado contrario y a la velocidad inapropiada.

Con el 2-1, el Atlético tuvo al Madrid muy cerca del desmoronamiento. Costa, que trajo por el camino de la amargura a toda la defensa rival, maneja todas las suertes del delantero centro con esfuerzo, como si las estuviera cincelando en una roca, pero ese mismo peso específico es el que vence a los centrales y los hunde en el fango. El lugar de Costa. Siempre con un paso de baile más que su oponente.

Alrededor del minuto 60, saltaron Carvajal, Marcelo e Isco al campo, y fue el final de la rebelión Atlética. A Marcelo le basta con ponerse de pie en su caseta. En tres cuartos, ahí recibe y devuelve. No se la quitan. Acelera y pausa. Da una vuelta sobre sí mismo. Empiezan a pasar cosas a su alrededor. Cambia de orientación. Los atléticos se convierten en perseguidores y un pase interior después hay una ocasión de gol. De repente el paisaje era el contrario; Modric comandaba la posesión, Xabi respiraba en lado ajeno y Marcelo y Carvajal hacían el césped demasiado amplio para un equipo que había jugado con sus límites y los del reglamento. Diego Costa, al final del campo, se agitaba intentando que los nuevos aires del encuentro no se comieran todo lo luchado hasta entonces.

Isco, tan cerca de Marcelo en espíritu y carne, manejaba sobre las espinas del Atleti sin esfuerzo aparente. El Madrid emitía ya un discurso de sentido único, pero el gol no acaba de llegar; Benzemá y Cristiano estaban inmóviles, cansados, sin querer exponer más sus tendones. Y Bale hizo un partido extraño, vacío, lleno de precauciones, como si estuviera todavía con el precinto puesto.

Fue un error de Mario Suárez, que Carvajal en una milésima convirtió en un pase cruzado bajo el área. Cristiano, al que siempre llegan esos balones, tuvo el único destello de la tarde. Fue un gol que ya se cantaba desde el pase atrás y que atravesó a Courtois de lado a lado. Un gol inamovible, feo, en un estadio cercado por la M-30 que lo despoja de cualquier intención de luz.

Como anécdota quedará el enfrentamiento del árbitro, minúsculo defensor de la justicia, con el mono burgos, mostrenco animado que se alimenta con la ira del pueblo. Se impuso la ley. No hubo víctimas.

ATLÉTICO, 2-MADRID, 2

Atlético: Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis; Gabi, Mario Suárez; Koke, Raúl García, Arda (Cebolla Rodríguez, m. 83); y Diego Costa.
Real Madrid: Diego López; Arbeloa (Carvajal, m. 61), Pepe, Sergio Ramos, Coentrão (Marcelo, m. 58); Di María (Isco, m. 62), Xabi Alonso, Modric; Bale, Benzema y Cristiano.
Goles: 0-1. M. 3. Benzema. 1-1. M. 27. Koke. 2-1. M. 45. Gabi. 2-2. M. 82. Cristiano.
Árbitro: Delgado Ferreiro. Expulsó al segundo entrenador del Atlético, Germán Burgos (m. 65). Amonestó a Arda, Pepe, Godín, Diego Costa y Arbeloa.
Unos 50.000 espectadores en el Calderón.

Ángel del Riego

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