A todas las televisiones, a todos los bares, volvía la alegría chillona de la roja. Antes, hubo el colegueo habitual. Tocaron unos bongos en el club de las sonrisas falsas, y allí estaban los periodistas, frotando el lomo al belén viviente de la selección, queriendo participar de la victoria, siendo tan simpáticos, en un mundo pequeño y perfecto en el que la infelicidad está prohibida. Diego Costa ya está ahí, con la cabeza un poco agachada y se ha dejado limar los colmillos por el bien común. Ya es un buen chico. Quiéranlo.
Los niños comenzaron con los pases y los comentaristas aullaban. Fue suficiente con que Iniesta contactara con la pelota para que estallara el paroxismo. No es posible imaginar una historia de Carver con esta gente gritando enfebrecida por absolutamente nada. Un matrimonio que está a un paso de la separación y el rugido sordo de la televisión pespuntea toda su vida de interiores. Imaginen eso. Los años de Mouriño y de Guardiola, las ruedas de prensa, el marido absorto en la épica que nunca tendrá, la mujer a la que el tono grave de la voz de José le revuelve una zona de su fantasía. Una pelea marital a la que asiste Karanka, mudo, desde la sala de prensa. La violencia de los goles de Cristiano. El silencio delante de los niños. La pasividad erótica de Ozil. El deseo, inexistente. Messi siempre, como la muerte. La huida a casa de la madre. Xavi y el rencor. La denuncia. En esos tiempos, estuvo a punto de plantarse la semilla de una violencia hermosa. Catártica incluso. Pero no, el fútbol es representación, y sólo cala en la realidad cuando está incardinado en la política a través del nacionalismo. Y además, estaba la roja, para poner pomada en la herida. ¡Qué derecho tenía!. En la cinta sin fin de la selección, toda intención dramática está diluida. No hay posibilidad que su banda sonora dé profundidad al tejido de un país.
Diego Costa y Thiago eran los nombres a seguir. El primero hizo un partido peligroso para él. Dio una impresión pesada, de delantero lento, con poca cintura, al que sus mejores armas no le sirven de nada: la profundidad, y la agresividad heróica contra todos. Rodeado de pequeños danzantes, la velocidad que se le pide al delantero es de reacción, de conexión y si tiene el metro en el área; mejor. Costa es un elefante, no tiene nada de eso. Los únicos desmarques que le han servido a España jugando en estático, son los de Torres; mucho más finos, dividiendo la zaga, yéndose a banda cuando tocaba. Ya le alcanzó la edad y todas sus maniobras están lastradas por un segundo de desfase. No sirve para la maquinaria infantil de esta selección, que es cruel con el talento rebajado, al que escupe como un cuerpo extraño. Lo fundamental para este equipo es no romper el flujo. Ibrahimovich no pudo en el barça. Figúrense Costa. En la segunda parte, Silva se subió las medias y señaló al que lo quisiera ver, cómo se juega de falso 9 en esta selección de falsa hermandad. Silva, Cesc y casi nadie más. Esos son los nombres.
Es posible que Costa sea Español y que no le sirva para nada. Medir a Thiago es más complicado. Tiene un juego extraño, espasmódico, mucho más arrítmico que los ordenados centrocampistas españoles. Parece que está pensando siempre la jugada del fin del mundo. Aparece por cualquier parte, como un conejo que se desplazara a saltos por el césped. De repente se queda quieto, sin que su pausa tenga sentido. Y luego comienza el slálom que se pierde en algún sitio indefinido. Tiene el gol, ahí, siempre. La posibilidad del gol desde casi cualquier sitio. Una forma de recuperar el balón heterodoxa pero efectiva. Y un estilo al perder el balón que lo emparenta con un jugador maldito: Guti.
Era un amistoso, pero estaba Italia al otro lado. Y España a los pocos minutos, ya la tenía encajonada contra su porteria harta de mirar a Iniesta escapar con vida de sitios inverosímiles. La forma en la que la Selección envuelve a los contrarios es algo misterioso. Hay una secuencia de n pases, que cuando se superan, el rival da dos saltos hacia atrás y se condena a una vida contemplativa. Aún así, Italia llegó con más peligro que España en los dos contraataques que intentó. En uno de ellos, un centro-chut se paseó por el área pequeña de Casillas y dio en el poste. No hubo gol. Si en la portería hubiera estado Diego López, el balón habría traspasado la raya y el gol hubiera valido doble por jugar Italia fuera de casa.
Pedro se hizo un traje entre líneas, cayendo a banda y desbordando cuando a la selección le acechaba la parálisis. Si un delantero quiere saber cual es el tipo de los de su raza apto para la roja, que mire a Pedro. Cuanto más se parezca a él, más fácil le será salir de la encerrona. Movilidad, fluidez, tejido en zonas interiores, combinación paroxística, futbito en el área, desborde por banda, agilidad y reflejos para cazar los rebotes. Gol. Así cayó. Agitado por Silva y embocado por el canario. Buffón se quedó a medias en la parada, como casi siempre desde que España le quebrara el espinazo en los penaltis de la Eurocopa 2008. Antes daba miedo y ahora parece un monstruo amable. Como Pirlo e Italia entera, se ha quedado atrapado en un tiempo anterior. Fuera del circuito del fútbol, sin peso en la camiseta, sin decadencia siquiera.
A última hora salió Cazorla, con sus mejillas sonrosadas de sidra y requesón. Lleva un montón de años en la selección y maneja con soltura las dos piernas. Para caminar se supone. Porque goles no ha metido ninguno. Es demasiado risueño para ser determinante. Apuntala el bien común del rondo y es amigo de sus amigos. El problema es que ocupa un sitio. Y están fuera del círculo, pateando todos los balones que se encuentran, Isco y Jesé. Con más talento y determinación que el asturiano. Quizás sean la llave de la última puerta.
ESPAÑA, 1 – ITALIA, 0
España: Casillas (Valdés, m. 46); Azpilicueta, Javi Martínez, Sergio Ramos (Albiol, m. 65), Jordi Alba; Thiago, Busquets (Xabi Alonso, m. 46), Cesc (Silva, m. 46); Pedro (Cazorla, m. 82), Diego Costa e Iniesta (Navas, m. 65).
Italia: Buffon; Maggio (Abate, m. 46), Barzagli, Paletta, Criscito; Motta (Giaccherini, m. 62), Montolivo, Marchisio; Candreva (Pirlo, m. 46), Cerci (Destro, m. 69) y Osvaldo (Inmobile, m. 69).
Gol: 1-0. M. 63. Pedro.
Árbitro: Levgenii Aranovskyi (Ucrania). Amonestó a Criscito y Destro.
Unos 30.000 espectadores en el Calderón.
Ángel del Riego