Carlos Puyol ha anunciado que se va del equipo de sus amores, el Fútbol Club Barcelona, cuando está en lo más alto de la cresta de la ola y se ha ganado a pulso el respeto y las simpatías de los buenos aficionados al fútbol, e incluso la admiración de sus adversarios, que no enemigos, porque a Puyol es difícil guardarle inquina alguna.
Se va renunciando a una ficha millonaria, consciente de que las múltiples lesiones que ha sufrido en los últimos meses le limitan para estar al cien por cien de su rendimiento, como él se exige a sí mismo.
Se va renunciando a una ficha millonaria, consciente de que las lesiones le limitan para estar al cien por cien de su rendimiento
Igualito, igualito que aquellos mediocres a sueldo (y dietas) de diputados, senadores, alcaldes, concejales… políticos en general y no políticos: financieros, empresarios, banqueros… Poderosos, en suma, a los que les gusta la poltrona más que a un tonto un lapicero y a Montoro cobrar el IVA. Hombres públicos y mujeres públicas –en la más amplia acepción de la palabra–, cuya integridad es inversamente proporcional a la cantidad de billetes que les enseñan en un sobre.
Este deportista nacido en Puebla de Segur, Lérida, el 13 de abril de 1978 ha demostrado que es un hombre cabal, sensato, inteligente y con cabeza. Con mucha cabeza, desde luego, que eso no hay quien lo discuta. Y con los pies en la tierra, salvo cuando los despega de un salto para meter un testarazo como el de su gol a Alemania en el Mundial 2010 de Suráfrica.
Así es Puyol, “Puyol el bueno”. Capaz de indignar a los ultranacionalistas catalanes por llamar a su hija Manuela, y no Montserrat o Merced.
Capaz de indignar a los ultranacionalistas catalanes por llamar a su hija Manuela, y no Montserrat o Merced.
Capaz de irritarles por bailar al son de “yo soy español, español, español” para festejar que la Copa de Europa de 2008 la acababa de ganar España. Y capaz de encrespar de igual modo a los ultranacionalistas españoles por hacerlo con la senyera a la espalda. Unos y otros “ultras” son de igual cuño, como los “cabezas rapadas”. O mejor dicho, “cerebros rapados”.
Sin embargo, hay dos cosas que no me gustan nada de Carlos Puyol: que es culé hasta la médula (lo dice un madridista) y que parece ir al mismo peluquero que la duquesa de Alba. Nadie es perfecto.
Carlos Matías