¡Vaya charco en el que se ha metido Miguel Cardenal, secretario de Estado de Deportes! Hasta el corvejón metió la pata intentando ir por delante y dudando de la Fiscalía que investiga presuntas irregularidades tributarias en la contratación del jugador del Barça, Neymar.
No haciendo gala de la prudencia a la que remite su purpurado apellido, el secretario de Estado -que también preside el Consejo Superior de Deportes- decidió hacer suya las tesis de quienes ven una mano negra en la investigación abierta por el Fisco. No una actuación plenamente justificada, visto que hasta el propio presidente actual del Barça (Bartomeu) reconoció que el club había pagado por el jugador muchos millones más de los que inicialmente había informado su antecesor en el cargo (Rosell).
La tesis de la «mano negra» -muy presente en algunas tertulias especializadas en airear a gritos los dimes y diretes del fútbol- remite al registro de irracionalidad que aparejan buena parte de los rifirrafes relacionados con los lances futboleros. Mano negra, que para quienes militan en el bando de la sospecha, en realidad, sería una «mano blanca», en alusión al color de la camiseta del gran equipo rival.
No hace falta ser sociólogo para saber que en nuestros días el fútbol se ha convertido en una religión global. Incluso en la guerra por otros medios. Sobre todo desde que los canales de televisión mueven millones y millones de euros a cuenta de la publicidad y los patrocinios de los clubes. De ahí las millonadas que se pagan por los jugadores y las complicadas ingenierías contables que aparejan los grandes contratos. Hasta quienes seguimos las peripecias futboleras a distancia, como parte inevitable del paisaje de la actualidad -pero sin pasión por éste u otro color- sabíamos que la denuncia que puso al Fisco en alerta partió de un socio del Barça.
Denuncia que, entre otras consecuencias, acarreó la dimisión de Sandro Rosell, el anterior presidente. Al parecer todo el mundo estaba al tanto de lo sucedido, menos el secretario de Estado. Que tan alto cargo del Gobierno haya puesto en duda la actuación del Fisco calificando la inspección de «desmesura» y «acoso» delata una imperdonable falta prudencia -la debida en razón de su encomienda-. Si por un instante y a favor de alguien -persona, empresa o club-, la Inspección de Hacienda dejara de actuar con el mismo rigor y equidad con el que trata al común de los ciudadanos se vendría abajo el edificio sobre el que se asienta el Fisco. Está claro que Cardenal no ha medido los demoledores efectos de su escrito.
Fermín Bocos