¡Cómo nos vamos a acordar de aquellas bombas que estallaron en vagones repletas de almas, que sólo querían vivir! ¡Cómo no nos vamos a acordar de nuestros muertos, de nuestros queridos muertos!
Cuando los pasajeros que tomaron aquella mañana el maldito tren – hace ahora diez años para conducirlos a la estación de Atocha – no podían imaginar que no llegarían a su destino. El destino tenía reservado para las casi doscientas víctimas acudir a otro sitio; al Infinito de la Luz. A la auténtica aventura del hombre.
No era su hora o, tal vez, sí. No lo sé. Lo que sí sé es que se produjeron unas ejecuciones que nunca debieron haber existido.
Al Qaeda tiene tantas formas de matar como las que a uno se le pueda ocurrir. Además, hoy sus asesinatos no tienen por qué ser sólo físicos. Hay muchos “asesinatos” económicos en el “juego” del petróleo o de las bolsas.
Pero aquel 11 de Marzo del 2004 buscaba hacerse oír. Al Qaeda quería dar un golpe de efecto para recordar al mundo que había vida, más allá del 11 de Septiembre del 2001.
Quería lanzar un mensaje inequívoco. La recuperación del Al Andalus que no se circunscribía a Andalucía o a España, sino a Europa. No hay más que recordar las palabras que pronunció el ex Presidente argelino, Bumedian “Conquistaremos el hemisferio norte y lo haremos poblándolo con nuestros hijos. Será el vientre de vuestras mujeres el que nos dará la victoria”. Son frases que, leídas en la actualidad con el poso de cuarenta años desde que las pronunció, no dejan indiferente a nadie.
Pero ahora, no es el momento de examinar si Al Qaeda quiso o no, conquistar Europa, si el golpe era universal, si pudo o no haber complicidad con el terrorismo casero. No. Hoy es un día de luto, porque nos arrancaron a parte de los nuestros, de nuestra Historia, de nuestra intrahistoria. Nos golpearon a todos un poco y todos fuimos las víctimas que viajaban en ese maldito tren.
Y por eso, hoy de nuevo les lloramos y se nos para el corazón, y se nos hiela la sangre, las arterias. Y los poros de la piel se nos cierran y las lágrimas caen de nuestros ojos y de nuestros espíritus. Y todos, vamos un poco más cerca hacia ese Infinito de la Luz, hacia esa aventura auténtica. Y la vemos más cerca porque se nos fueron sin querer, porque querrían haber vivido para ver a sus hijos crecer, para hacerse mayores con sus compañeros, para disfrutar el Instante de la Vida.
Pero no. Unos sayones de medio pelo, de quinta; de ésos que de la mediocridad hacen su credo y se solazan mientras asesinan en masa, tenían que salirse con la suya.
Alberto Peláez