sábado, noviembre 23, 2024
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11-M, derrotas y victorias

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José Luis Rodríguez Zapatero acaba de decir, en la tournée de entrevistas a propósito del 11-M, que los terroristas no tenían en cuenta que colocaban las bombas a tres días de las elecciones generales. “Los terroristas islamistas son mucho más primitivos, es la Yihad, es Alá, las elecciones les importan poco”, ha dicho.

Eso sí que es jugar a “bambi”.

Pocas personas con uso de razón pueden olvidar aquella mañana triste: el ulular de sirenas por la ciudad, las explosiones retardadas por la Policía, las colas en aquel fúnebre pabellón de Ifema, manifestaciones, SMS incendiarios… Los periodistas tenemos la fastidiosa manía de contar batallitas. Un reportero que ha estado en zonas de conflicto se siente autorizado para poder describir una ciudad atacada, asediada por bombas que caían inopinada y sorpresivamente, la cara de pánico de los ciudadanos, el silencio lúgubre de la mañana. Noticias que caían una tras otra, una furgoneta, una cinta, una bomba en el AVE, una explosión provocada por suicidas en Leganés. Una sucesión enloquecida y anonadante de sucesos que se convirtió en un bosque que tapaba cualquier posibilidad de visión a medio plazo.

Los terroristas sabían lo que hacían y lo hicieron a conciencia. Atacaron la capital de un país con ánimo vengativo, en represalia contra “cruzados, cristianos y judíos”

Diez años es plazo para echar un vistazo, en un país en el que es todo tan apremiante y tan angustioso que cuesta encontrar perspectiva histórica, en detrimento de la histérica.

Los terroristas sabían lo que hacían y lo hicieron a conciencia. Atacaron la capital de un país con ánimo vengativo, en represalia contra “cruzados, cristianos y judíos”, como reza el mantra yihadista de Al Qaeda.

Igual que lo hicieron en Londres un año después. El que firma esto fue también testigo directo de lo que pasó en la capital británica, y puede asegurar que la diferencia fue tal que, más que dos sociedades diferentes, pareciera que se tratara de dos planetas distintos. Donde hubo polémica cainita había cierre de filas de un país guerrero y orgulloso. Pero también, donde hubo transparencia policial, secretismo. Donde seny y tolerancia, xenofobia e histeria.

Hoy, diez años después, no hay tropas en Irak; ni en Afganistán. Digerir el reproche de la sociedad por una política exterior agresiva y seguidista de EEUU supuso una retirada atropellada de Irak y casi seis años de inoperancia de las tropas que estaban en Afganistán, hasta que un general valiente –el poco reconocido Julio Rodríguez, JEMAD– convenció a Carme Chacón, la ministra pacifista de Defensa, o quizás al mismísimo Zapatero y su troupe, de que había que dar un paso al frente. Y éste ha sido modélico.

La sociedad española se rompió en dos, fue como una cuña metida en las divisiones que arrastramos desde hace casi un siglo. Las discusiones en torno al tema llegaron a tal lugar que oí a alguien recordar que “las bombas no las ha puesto Aznar”. Y parecía que sí que lo había hecho, a escondidas, con su risita de mala leche. Y no era eso…

Vale, los terroristas lograron golpear el corazón y la voluntad de un país, al que le ha costado volver a coserse, si es que lo ha conseguido. Pero no lograron que se convirtiera en un país de cruzados. Ni de racistas. Ni de histéricos, como le ha pasado a nuestros aliados anglosajones en ocasiones.

La madurez y profesionalidad con que la Policía afrontó la resolución de la carnicería, incluso en contra de los presuntos intereses políticos de sus jefes políticos fue ejemplar. Igual que los políticos, que no obstruyeron el trabajo policial, aunque se jugaban ni más ni menos que el bigote (literal) en tres días.

La madurez y profesionalidad con que la Policía afrontó la resolución de la carnicería, incluso en contra de los presuntos intereses políticos de sus jefes políticos fue ejemplar

La ruleta de la alternancia ya ha dado la vuelta otra vez. A Zapatero lo ha sucedido Rajoy, aunque daba por momentos la sensación de que el PP estaba dispuesto a perder hasta tres elecciones con la misma cantinela de las conspiraciones. La crisis cambió la cantinela, qué duda cabe.

Geoestratégicamente parece que, aunque la comunidad de seguridad y defensa del Estado se ha dado cuenta de que se debe mirar al Sahel y los grupos islámicos afines, la sociedad vuelve a vivir en babia en estos temas. Los asaltos a la valla, la presión islamista en Ceuta y Melilla, el viaje a la guerra santa de jóvenes de estas ciudades, la radicalización que arrostra la marginación social en amplios barrios españoles (en Madrid, Barcelona, pero también lugares como Lleida, Valencia o Logroño) no dejan de ser una anécdota de la que se habla porque sale en una serie de televisión.

Atropellados por el día a día, dejen que hoy miremos a Atocha en paz, sin bombas. Reconozcamos a las víctimas y respetémoslas. Y reconozcamos a los miles de profesionales que trabajan para que no vuelva a suceder nada parecido, de quienes solo nos acordamos cuando truena. Un alto responsable de la inteligencia antiterrorista explicaba a este periodista en los meses posteriores al 11-M cómo se levantaba cada día angustiado por la posibilidad de que se le volviera a escapar del radar un grupo con intenciones asesinas. Y aquel rostro flaco, enjuto y moreno, era el de la pura angustia.

Diez años no es nada o es un mundo. Es la vida de una persona, o una vida hecha pesadilla. La tarde caerá, casquivana y primaveral, otra vez sobre Madrid, dibujando un cielo épico. El 11-M habrá pasado, otra vez, como un ave de mal agüero, sobre la ciudad.

 

Joaquín Vidal

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