Hay una gran tristeza en los manifestantes lisboetas -bajo esta apariencia de movilización social-, una cierta desesperanza que se ve en los rostros graves, en las consignas que lanzan los dirigentes por los altavoces. «É a hora, é a hora do governo ir-se embora” (irse, dimitir). Gente pobre, trabajadores, nostálgicos del tiempo glorioso del 25 de abril (¡de 1974!), jóvenes serios de ojos profundos y tristes. Todos humildes, bastante mal vestidos, sin demasiada ilusión en que la penuria ceda, en que la troika y el gobierno aflojen el corsé económico que ahoga familias, que deja gente en la calle, que reduce las ya magras pensiones y salarios.
Junto a São Bento, nuestro Parlamento, confluyen por las avenidas y calles, masas de personas que ven desaparecer los escasos avances sociales de años de democracia. Pasaron los años de las vacas gordas, que apenas beneficiaron a unas pocas capas de la población, que enriquecieron a los que ya eran ricos. Ahora, pagarán la factura los de siempre, los humildes, esos que viven en barriadas obreras donde las industrias fueron desmanteladas (en el mítico Almada, las zonas industriales se transforman en centros comerciales, triste metáfora de la sinrazón).
Junto a nuestro Parlamento, masas de personas que ven desaparecer los escasos avances sociales de años de democracia
En Lisboa, no se asaltará el Palacio de Invierno, por mucho que una parte de la gauche divine así lo proclame. Hay resignación y la gente se manifiesta para mostrar su enfado, su gran desilusión hacia los diputados, hacia los gestores públicos.
Pero aunque ya no haya revoluciones, aunque todos seamos bastante pacíficos y las manifestaciones muy cívicas, la democracia está gravemente herida. No se cree en ella como vía de solución. La pregunta consiste en saber si la democracia real se abrirá paso y si será capaz de resolver los graves problemas del país.
Los parlamentarios quizá no sean conscientes del daño profundo que se está perpetrando, que ellos mismos están infligiendo con sus componendas, con su falta de explicaciones, con sus hábitos parlamentarios y su lenguaje huero, en el alma del pueblo portugués.
Parece que la única receta sea más austeridad, ¿más todavía?
Mientras, parece que la única receta sea más austeridad, ¿más todavía?, más recortes, a la vez que los lujosos autos oficiales de diputados y ministros con chóferes uniformados siguen llegando a São Bento. El contraste es tremendo. Un país a dos, a tres, o a cuatro velocidades, con más hoteles de lujo que hospitales, con autopistas vacías y barrios pobres y bellas casas en ruina. Un país barato para el turista europeo, un país pintoresco, confín donde de nuevo se contempla el último ocaso de Europa.
La falta de imaginación y de voluntad política, de sensibilidad social de nuestros dirigentes, son paradigmáticas. A la Unión Europea, sin dirección, sin adalides, no se le ocurre más que exprimir todavía más el magro limón lusitano.
Y el pueblo portugués, siempre tan sufrido, seguirá emigrando, seguirá viviendo de mala manera y cayendo en ese fatalismo del «todos los políticos son iguales». No hay voces claras, no hay voces limpias; pero siguen las intrigas de pasillo, las fórmulas neoliberales y falsas, como es privatizar servicios que van a deteriorarse en pro del beneficio y de los resultados contables. Mientras, los trabajadores seguirán luchando para ganar cada día algo, en un nivel de subsistencia impropio del siglo XXI en esta Europa que nos defrauda y que nos cansa.
Rui Vaz de Cunha