Mis primeros recuerdos sobre Adolfo Suárez son en blanco y negro.
En mi niñez recuerdo en la televisión a ese hombre serio, con sonrisa dulce que encandilaba a las mujeres de este país, y que recorría todas las provincias españolas hablando del proyecto de la Transición, con su ideal político de la Unión del Centro Democrático, y cuya imagen en los carteles electorales aparecían en todas las esquinas de la Nación.
Pero si hay una imagen que nadie olvidaremos en España es su figura digna, sin tirarse al suelo, manteniendo la compostura mientras él mismo veía a todos sus compañeros diputados agachados y tirados por los suelos cuando Tejero entró en el Congreso de los Diputados y comenzaron a disparar sus armas aquellos guardias golpistas.
Suárez nos dio a todos los españoles una lección de dignidad en aquel 23 de febrero de 1981
Ese hombre que entre pitillo y pitillo en su escaño nos dio a todos los españoles una lección de dignidad en aquel 23 de febrero de 1981, era también la imagen del éxito y la fascinación para muchos en los finales de los años setenta y comienzos de los ochenta de la política española, porque entre otras cosas fue el ejecutor y líder del mejor proyecto que ha tenido hasta este momento este país que no fue otro que la Transición, y que con sus dotes de gran político con seducción y carisma convenció a hombres de derechas y de izquierdas, y que además ilusionó al mismo tiempo a una gran mayoría de los españoles.
Pero permítanme decirles que al mismo tiempo es curioso leer las crónicas de estos días en los medios de comunicación, y escuchar a la vez a la clase política de hoy día llenar páginas y páginas de elogios bien merecidos la labor de Adolfo Suárez al frente del gobierno de España, porque no olvidemos que ese hombre hoy venerado y elogiado, pasó un verdadero calvario con sus adversarios políticos y con los de su propio partido, haciéndose patente en sus propias carnes aquella famosa frase de -al suelo que vienen los nuestros-, pasó otro calvario con la mayoría de los medios de comunicación de la época, y sufrió calvario también con el mundo empresarial y banquero, abandonado por todos ellos y dejándole de lado hasta que tuvo que dimitir por sentirse traicionado y abandonado.
Ese hombre hoy venerado y elogiado, pasó un verdadero calvario con sus adversarios políticos y con los de su propio partido
Pero en este relato no puedo olvidar el día que conocí personalmente a Adolfo Suárez, a finales de los años noventa recibí la llamada del Ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, quien me hizo saber que el expresidente Adolfo Suárez le había dicho que me quería conocer, porque yo era presidente del Partido Popular Vasco en unos momentos dramáticos para mi formación, y tras pedir cita a su secretaria me dirigí a su despacho cercano al parque del Retiro en Madrid.
Cuando me saludó, desde el primer instante quedé impactado e impresionado por aquel hombre que no había perdido aquella sonrisa cautivadora y que tenía un hablar dulce y pausado. En el momento de darme el primer abrazo me dijo, te he hecho venir porque quiero que este abrazo que te he dado se lo transmitas a todos los concejales del Partido Popular en el País Vasco, diles que estoy con ellos y que me siento como español muy orgulloso de la labor y la valentía que están teniendo.
Hablamos largo y tendido de la situación que se vivía en el País Vasco, y quería saber que estaba pasando en mi tierra y como nos sentíamos y vivíamos todos aquellos que estábamos en la diana de los terroristas de ETA, pero sobre todo fue muy especial para mí cuando me contaba lo que él sufrió y las angustias que él pasó en aquellos años que él fue presidente donde ETA mataba un día sí y otro también, a gente como la mía, de su partido político, y a guardias civiles, policías nacionales y militares mayoritariamente. Pero su voz se desgarraba lo sólo que se encontraba en ayuda internacional, recordándome que su homólogo francés Giscard D'Estaing lejos de ayudar le responsabilizaba de lo que ocurría en España con el terrorismo etarra y se negaba a que Francia dejase de ser un santuario y refugio de etarras asesinos.
Era un hombre de los que deja huella
Pero a la vez, en su faceta humana, me hacía partícipe de sus escapadas en Bilbao cuando tenía que ir a un funeral o a un mitin, y me contaba que lo que más le gustaba era zafarse voluntariamente por la noche de sus escoltas cuando le dejaban en el hotel, e ir a pasear y fumar un cigarrillo por el parque de Doña Casilda, para hablar con la gente que se topaba y le reconocían, y que a la vez se quedaban sorprendidos por su presencia sin acompañamiento policial por las calles bilbaínas. Y a reglón seguido decirme. «No hagáis nunca eso de escaparos de vuestros escoltas».
Más tarde encontré la amistad de su hijo Adolfo Suárez Illana con quien recorrí parte de Castilla-La Mancha cuando fue candidato del Partido Popular en esa Comunidad, dando mítines conjuntamente y cuando los primeros estragos de la enfermedad de su padre comenzaban a despuntar, y su hijo fiel escudero de su padre, comenzaba a relatarnos los pasos acelerados con los que se apagaba el cerebro de su padre.
Les aseguro que tras conocer al expresidente Adolfo Suárez les puedo garantizar que era un hombre de los que deja huella, y por eso, cuando me encontré delante de su féretro en la capilla ardiente habilitada en el Congreso de los Diputados el lunes pasado me di cuenta y sentí que estaba ante un Grande de España.
Descanse en paz Adolfo Suárez.
Carlos Iturgaiz