“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.” Jorge luís Borges
La muerte de Adolfo Suarez y su enfermedad, han sido el detonante para que estos días se haya generado un frenesí informativo en torno a la memoria, recordando la transición y poniendo en valor la memoria individual, en el relato del horror de su pérdida en el enfermo de Alzheimer.
La memoria es algo muy valioso, tanto individual, como colectivamente; pero también es muy frágil. Miramos con emoción contenida, los ojos perdidos de una madre que no reconoce a sus hijos y la empatía nos lleva, por un momento al menos, a pensar en lo preciado que son nuestros propios recuerdos. Es tan sencillo, sin embargo, falsear a veces sin darnos cuenta siquiera, los recuerdos, sobre todo los colectivos. Al fin y al cabo esos recuerdos se nutren de relatos ajenos, tanto como de las vivencias propias y, se funden de tal modo, que es difícil distinguir unos de otros.
La memoria, como el arte, es altamente subjetiva. El arte se acerca a la memoria desde la sugerencia y permite con ello dar rienda suelta a la subjetividad individual desde el criterio personal, alejándonos de las manipulaciones a las que, desgraciadamente, estamos casi acostumbrados.
La memoria es algo muy valioso, tanto individual, como colectivamente; pero también es muy frágil
Entre las trayectorias teatrales más interesantes y qué más han indagado en torno a la idea de la memoria y la desmemoria colectiva, destaca la de la dramaturga y directora de escena, Laila Ripoll. Ripoll es una de las personas más importantes del teatro español de las últimas décadas. Se podría decir que 2014 está siendo un gran año para ella y, sin duda lo merece. En enero la sala Cuarta Pared ha repuesto, precisamente, su trilogía de la memoria “Atra bilis”, “Los niños perdidos” y “Santa Perpetua”. Las tres obras en las que propone una revisión de la memoria histórica española del siglo XX. “Atra bilis” está en gira en estos momentos y se puede ver en diferentes teatro municipales, así como “Paradero desconocido”, función que ha dirigido y que lleva desde 2013 en gira por toda España. El 25 de abril se estrena en el Valle Inclán “El triángulo azul”, otra llamada a la memoria, en este caso rehabilitando el recuerdo de tantos españoles que sufrieron el martirio nazi en los campos de concentración como apátridas.
No obstante, para entender el interés de su trabajo, no solo hay que quedarse en el contenido. En sus montajes se aprecia su gran conocimiento de los clásicos, así como la influencia del realismo mágico o el esperpento de Valle Inclán. Destaca también su capacidad para dirigir a los actores, a los que lleva al límite con magníficos resultados.
Dado que la falta de memoria nos distorsiona como personas y como sociedad. Dado que la mejor vacuna contra la manipulación es el conocimiento. Acercarse a la historia colectiva a través de la intrahistoria que nos acerca el teatro, parece una buena opción, mucho mejor opción que vivir desmemoriados.
La dama boba