Una de las razones de la táctica, es evitar que el azar se cuele por las rendijas del juego. En el min 18 del primer tiempo, el plan madridista se estaba desarrollando con prudencia y decoro, correcto en la combinación y el desmarque y algo romo en la finalización. Se ganaba. Parecía que los fantasmas aventados por Messi se habían dispersado. Incluso Bale estaba unido al pespunte general. Los jugadores madridistas tenían una coreografía preciosa por los alrededores del área. No hay equipo con más clase que este. Illarra recupera, Xabi dipone, Modric aletea y los caminos de los delanteros se entrecruzan a una décima del gol. A veces da la impresión que es un mero ejercicio estético, de una puesta en escena dominante hasta la arrogancia, para olvidar que el paso del fútbol lo marca un salvaje que lleva la pelota cosida dentro y no tiene interés alguno en las cuitas humanas.
Xabi pierde el balón (una frase fácil de decir y difícil de imaginar) y se activa el mecanismo sevillista. El nuevo dolor del Madrid está en las bandas y todos lo saben. Reyes andaba por ahí y metió un pase malicioso contra la estabilidad mental de los centrales. Hay un sevillista que viene lanzado y se ensaña contra Diego López; icono que está a medio derrumbar y que últimamente deja la estampa pero no la parada. El Sevilla lleva metiendo ese gol contra el Real desde la época de Caparrós. Son aceleraciones repentinas; paredes al borde del área; desbordes por banda. Una impresión de que los andaluces son capaces de inclinar el campo hacia la portería del Madrid unas pocas veces por encuentro y ahí se borra toda estructura defensiva y llega el delantero con ventaja a la ejecución.
Es el empate, en el minuto 18 y el cauce madridista se paró en seco. Un minuto 18 como una puerta a otra dimensión. Lo que antaño era la conexión con el mito, es ahora una puerta abierta al dañado imaginario madridista, que se acaba colando en todos los momentos clave de los últimos años hasta convertir un equipo de fútbol en una cosa diferente. Unas veces eso se exterioriza en un absurdo táctico -como en el partido contra el barça-, o en la imposibilidad de juego colectivo. Otras en el retardo del crecimiento y eclosión de los jugadores en la mezcla general (época Pellegrini). También hay desconexiones sutiles entre las estrategias del entrenador y el tipo de violencia asimilada por el grupo (semifinal contra el Bayern). En los momentos más hermoso es un derrumbe puro y duro (temporada pasada); en el que el hincha se embadurna hasta el fondo y disfruta -literalmente como un cerdo- intentando discernir los porqués del movimiento torcido del club. No hay espesor en los muros que aíslan al club de la gran cháchara general, y al cabo, ésta, secuestra al equipo en los momentos que deberían ser cumbre, y se terminan convirtiendo en encerrona. Se comporta el Real como si fuera una catedral sin el eco de Dios. Pequeños defectos de forma y grave neurosis de fondo.
Hasta el final de la primera parte, el Madrid ralentiza sus movimientos como si esperase que el gol llegara por decantación. A punto estuvo en un pase interior de Cristiano, que dejó a Bale muy sólo y escorado ante el portero rival. No parecía que fuera a ser gol, porque el galés, esas las falla y ya ha llegado el rumor a todas partes. Efectivamente, tuvo un mundo para pensar y en vez de ver el hueco,o a un par de camisetas desmarcadas, vio al portero desgañitándose enfrente suyo. En la segunda mitad, el Sevilla echó el cierre a sus pasillos interiores y tentó con la bandas a los extremos madridistas. Ninguno cayó en la gula. Sólo Marcelo avanzaba por su lateral hasta que llegaba la hora del centro, casi siempre banal, al sitio ya colonizado por el defensa. El ritmo del encuentro era cada vez más bajo, con el Real congelando la posesión con un miedo tremendo a que le llegara la puntilla por la puerta de atrás.
Rakitic controló con la espuela, y en el mismo gesto se fue de Pepe y de todos los demás, que se quedaron impávidos, como hechizados por lo que se les venía encima. Desde el primer momento, se vio que la jugada iba a ser la condena del Madrid. Hubo una pared y la huída por el hueco de Bacca, el mestizo que siempre acompaña al Real en sus noches mas aciagas. Uno contra uno y el otro es Diego López al que el balón se le cuela entre las piernas en una última burla.
Quedaban 20 minutos y hubo pequeñas raciones de casi todos. Isco cimbreó su cintura por sitios donde no hace daño. Bale disparó desde lejos y resopló aliviado. Marcelo que centra a la despensa, bien atado como está a su nuevo corsé de formas occidentales. Xabi muerto. Modric muerto. Cristiano momificado. Contrataques del Sevilla ya sin magia. Y unos últimos minutos sin esperanza, con el balón dando vueltas sin mucho sentido, y todos queriendo llegar al final, aunque fingieran arremolinarse contra el área rival.
Sevilla, 2 – Real Madrid, 1
Sevilla: Beto; Coke, Nico Pareja, Fazio, Alberto Moreno; Iborra, Mbia, Reyes (Fernando Navarro, m. 75), Rakitic, Marin (Vitolo, m. 71); y Bacca (Gameiro, m. 83).
Real Madrid: Diego López; Carvajal, Pepe, Varane, Marcelo; Illarramendi (Isco, m. 67), Xabi Alonso, Modric (Morata, m. 90); Bale, Benzema y Cristiano.
Goles: 0-1. M. 14. Cristiano. 1-1. M. 18. Bacca. 2-1. M. 72. Bacca.
Árbitro: José Luis González. Amonestó a Iborra, Marin, Nico Pareja y Bale.
Unos 45.500 espectadores en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán.
Ángel del Riego