El 20 de diciembre pasado el Consejo de Ministros, a propuesta del Ministro de Exteriores, ascendió a unos 14 diplomáticos a la categoría de Embajador. Es la categoría máxima a la que puede aspirar un diplomático, sin perjuicio de que le puedan designar, antes, para desempeñar el cargo de Embajador. Este ascenso es para un diplomático como para un militar llegar a General o Almirante: el reconocimiento de años de buen hacer profesional y de dedicación al servicio del Estado.
Con ocasión de esos ascensos el Ministro Margallo dejó en la cuneta a un magnífico profesional como Juan Pablo de Laiglesia que lleva más de 40 años de carrera y ha desempeñado importantes responsabilidades como Secretario de Estado para Asuntos Exteriores o Secretario General de la Agencia de Cooperación Internacional y que ha estado también al frente de las Embajadas de España en Guatemala, México, Polonia y Naciones Unidas. Todo ello con eficacia y rectitud profesional. Con el PSOE o el PP gobernando.
No hay ninguna razón objetiva para que el Sr Margallo postergase a un funcionario ejemplar anteponiendo a otros diplomáticos con menor antigüedad y con hojas de servicios menos meritorias. Más bien el Ministro da la sensación de estar persiguiendo al señor de Laiglesia al que ya vetó en abril de 2013 para ir a Roma como Cónsul General a pesar de que la Junta de la Carrera Diplomática le hubiese seleccionado previamente para ese puesto siguiendo el procedimiento establecido. No contento con todo lo anterior, Margallo ha vuelto a vetar este año a de Laiglesia, esta vez para ir a Buenos Aires como Cónsul General, de nuevo a propuesta de la Junta de la Carrera. Margallo debiera de explicar pública y oficialmente mediante un comunicado los auténticos porqués de esta actitud persecutoria digna de la Inquisición.
En efecto, ¿Qué motivos aduce Margallo para haberse negado dos años consecutivos a ratificar la propuesta, justa, de la Junta de la Carrera Diplomática? ¿Y qué razón da para haber negado un ascenso merecido?
Por lo que se refiere al veto a destinarle a Roma, hay quien dice que al Ministro no le gustó la reacción de de Laiglesia cuando Margallo le quitó como Embajador en las NNUU, donde llevaba apenas un año. ¿Qué es lo que no le gustó? ¿O fue otro el motivo? Por lo que se refiere a no haberle ascendido a la categoría de Embajador, no se ha oído explicación alguna. Simple postergación no motivada, por lo visto. En cuanto a la negativa a ratificar la propuesta para ir a Buenos Aires como Cónsul General, Margallo alega, según la prensa, razones “más que poderosas” para luego, siempre según la prensa, esconderse tras las faldas del Embajador español en Argentina y del Director General del área que habrían considerado que la presencia de de Laiglesia en Buenos Aires “no contribuiría al funcionamiento suave de la institución en un país complicado”. ¿De qué están hablando? ¿Cuáles son esas poderosas razones? ¿Hemos vuelto a la época feudal o a la franquista? Puede que sea así en Exteriores.
Da la impresión de que la auténtica explicación no es otra que la del castizo “no me da la gana”. Así no se gobierna un Ministerio de Asuntos Exteriores. Así gobiernan, si acaso, sus casas los maridos machistas si la parienta y el resto de la familia se lo aguantan, que ya no estamos en tiempos pasados. Lo que pasa es que los diplomáticos españoles son demasiado sufridos.
Lo de Roma parecía una pataleta del Ministro y lo del no ascenso una arbitrariedad de quien tiene “la sartén por el mango y el mango también”, como dice una canción. Es escandaloso que la politica exterior española y su diplomacia se puedan dirigir a base de pataletas o de sectarismos. En cuanto a lo de Buenos Aires, quizás sea interesante recordar que se dice que en Argentina, y en esa ciudad en particular, tiene el Partido Popular una mina de votos de residentes en el extranjero y, quien sabe, otra mina de financiación. Esperemos que esto no tenga nada que ver con esas razones “más que poderosas” para impedir que de Laiglesia, que no es cercano al PP, vaya a Buenos Aires.
Lo mejor que podría hacer el Ministro es rectificar y explicar seria y públicamente su actitud porque frente a la discrecionalidad tras la que se ampara, se antoja que más bien arbitrariedad, está la transparencia democrática. Si se le exige al Rey, ¿por qué no a Margallo? Rectificar es de sabios, dicen, pero, ciertamente, requiere mucho coraje. Lo tuvo el Rey cuando en su día dijo ante la prensa: “Lo siento, me he equivocado. No volverá a ocurrir”.
Murió el dictador hace ya casi 39 años, que es un montón de años. Pero parece que a pesar de ello, y del retorno de la democracia, sigue habiendo una España de la mezquindad, de las envidias, de las inquinas, de los desprecios, de las fobias, de las soberbias, de las suficiencias, de los monólogos, de la falta de generosidad, de las cacicadas, de las arbitrariedades, del revanchismo, del uso caprichoso de los recursos públicos, incluso de los del personal, del dispendio de lo que todos costean en este país con sus impuestos. En suma: una España de la mediocridad, una que no queríamos cuando murió el dictador y que seguimos sin desear.
Carlos Miranda es embajador de España
Carlos Miranda