sábado, noviembre 23, 2024
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Llueve en Macondo (Y en Matajudíos)

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Llueve en Macondo como siempre, como antes de la muerte de su creador: torrencialmente. También en el tercio norte de la Península Ibérica llueve, aunque mucho menos. En Castrillo de Matajudíos, Burgos, chispea, pero en esa aldea mesetaria ni lo notan, pues sus 60 habitantes, habitante arriba, habitante abajo, están concentrados en la preparación del referéndum que determinará si el pueblo cambia de apellido, ese ominoso Matajudíos. Es muy probable que lo cambien porque todo deriva del error de un pendolista que en documento público puso Matajudíos donde debió poner Motajudíos. Y hasta hoy. Pero en Castrillo nunca han sido tan atrozmente antisemitas como quiso la errata del escribano, sino todo lo contrario, pues lo de Motajudíos alude al cerrillo, mota, donde habitó durante siglos la honorable y laboriosa judería del lugar.

Llueve en Macondo, y con la misma desbordante intensidad llueven los obituarios y los elogios póstumos a su hijo predilecto, padre en realidad, Gabriel García Márquez. Hay cierta exageración, o incontención, en esa lluvia, pues se le compara con Cervantes, y aun rebasándolo. El colombiano escribía maravillosamente, sobre todo en su primera época, pero «Cien años de soledad», su Quijote, no es probable que se conserve 400 años tan joven. García Márquez renovó, se atrevió, limpió, fijó, dio esplendor, nos insufló a muchos la voluntad indesmayable de ser escritores, pero no es Cervantes. Qué manía de comparar.

El caso es que llueve en Macondo, y al juez Elpidio José Silva, en la sala que le juzga del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, le llueven las peticiones de inhabilitación prácticamente perpetua, como las preferentes de uno de los peticionarios, Blesa, que acaso se figura vengarse así del juez que le encerró. El mundo al revés. Pero es que la lluvia, eso de que el agua, en vez de estarse en su ser, caiga, se desplome, vaya de arriba a abajo, pone el mundo un poco al revés. Y en España llueve, a casi todos los efectos, torrencialmente.

Rafael Torres

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