Es comprensible que en las «misas» nacionalistas, que en el caso del PNV, de laicas tienen poco, se arengue al personal con los rituales obligados y las parafernalias sobrevenidas y adyacentes. Uno siempre es muy respetuoso con las tradiciones y máxime en este caso y con gentes a las que en verdad quiere, como los vascos, con la excepción que pueden imaginarse, los asesinos etarras y sus cómplices, pero por serlo, no por vascos. No seré yo, que me crié en esa tierra, quien no solo no las desprecie sino que hasta, en cierto modo, siento un algo mías. Lo vasco y los vascos no solo no me son ajenos, sino próximos y bien queridos.
Pero cuando el lendakari Urkullu, durangués consorte, se suelta eso de que España y los españoles han de dejar atrás lo de «Una, grande y libre», no se puede evitar primero una cierta sonrisa y luego una exclamación: Pero hombre, ¡que eso esta ya más viejo que el hilo negro!, que eso ya no es ni de mentarlo, que no está ni se le espera en ningún lado, que si algo ha quedado ya atrás es precisamente esa idea y que su sola mención a quien descubre como arcaico es a quien se parapeta en ella, aunque sea para repudiarla. Mencionarlo como argumento, en el estado más descentralizado de Europa, donde autonomías como el País Vasco o Cataluña han alcanzado el mayor nivel de autogobierno de su historia y prehistoria, lo único que refleja es que quienes andan anclados en el pleistoceno ideológico son quienes la utilizan. Vamos, que quienes son más antiguos que el hilo negro son los nacionalistas, y mi medio paisano Urkullu, pues yo también soy afectivamente medio durangués, no ha podido quedar más rancio.
Pero resulta también y muy curiosamente que donde tales ranciedades encuentran mejor abono es entre quienes se autoproclaman progresistas y de izquierdas. Ellos son quienes, y tenemos ejemplos por doquier, compran el producto, le dan pátina de modernidad y en un descuido se convierten a tal religión y la profesan con fervor de catecúmenos.
La acomplejada izquierda española, no de proclamarse izquierda sino de ser española, es hoy quien mantiene, de manera perpetua y como común y máximo descalificativo, el insulto-concepto de facha aplicado a todo ámbito existencial, empezando por el mismo vocablo España y por supuesto su himno, aunque carezca de letra, su bandera, aunque fuera la de nuestros barcos desde tiempos inmemoriales y hasta de la 1ª República, su lengua común, y universalmente extendida, y por supuesto su historia y hasta su geografía, desde Viriato a Ortega y al mismísimo Umbral, que se torció al final, pasando por La Navas de Tolosa, Carlos V, Elcano, Blas de Lezo, Bailen, los toros y el monasterio del Escorial, que ya es la quintaesencia de lo facha, porque lo hizo Felipe II. Porque como un día, precisamente en aquel sitio, decía el gran historiador británico sir Henry Kamen ante 54 atónitos universitarios españoles ante su defensa de rey español: «Es que ya en todo el mundo los únicos que se creen la Leyenda Negra son ustedes». Los muy progres universitarios españoles.
Pues eso nos pasa y les pasa a los nacionalistas, en este caso a mis queridos vascos, que andan por ahí llamando antiguo y facha a todos y lo que resulta en verdad es que para trasnoche y paleolítico cultural e ideológico, lo suyo. Más viejo que el hilo negro, oye.
Antonio Pérez Henares