Tirar huevos contra alguien es una forma extendida de protesta, que ahora ha pasado rozando la nuca egregia del candidato número dos a las elecciones europeas por el PP, Esteban González Pons. Otros, como protesta, tiran tomates contra el orador de turno, pero, como la cosa ocurrió en tierras de la Comunidad que alberga la tomatina de Buñol, pues eso: huevos. Una forma extrema de manifestar la protesta es tirar un zapato a la cabeza del prócer, pero eso, a la hora de la calificación penal, son palabras mayores y el lanzamiento puede costar una temporada bastante larga de cárcel al lanzador, sobre todo si lo hace en un país de escasa raigambre democrática. Me preocupa, en todo caso, que aún no haya comenzado siquiera (oficialmente) la campaña electoral y ya anden tirando huevos contra la candidatura que encabeza precisamente quien ha sido hasta ahora ministro de Agricultura, responsable, por tanto, de la buena gestión avícola -y, claro, de los productos avícolas, huevos entre ellos- en el país.
Bueno, que te tiren un huevo es síntoma de la pésima educación de quien lo arroja y de su escaso talante democrático. Pero no resulta tan dañino. Vi el coche del presidente del Gobierno anterior, Zapatero, tras un desfile del día de la fiesta nacional y aquello parecía un gallinero: la gente no se conformó con abuchearle, como en los viejos tiempos. Antes se tiraban más huevos que ahora, pero todo será, me temo, ponerse a ello. De momento, al dirigente de los socialistas catalanes, Pere Navarro, le ha ido peor: una señora le agredió, golpeándole la cara, cuando él se encontraba en una ceremonia familiar, considerando quizá que no es lo suficientemente independentista, o lo contrario, quién sabe, porque la señora partió rauda, sin dar explicaciones.
La política, cuando es testicular, se convierte en un ejercicio lamentable, odioso
El caso es que, de cara a esta campaña -y eso que no es sino europea, que siempre parece más lejana–, andan los ánimos enardecidos. Y eso debe ser en toda Europa. Hasta en Gran Bretaña, cuna de la flema, la mujer del vicepresidente -pero, claro, ella es española- habla, introduciendo esta castiza palabra en el más puro castellano, de «cojones», o sea, de huevos, en un discurso público, por lo demás en inglés. La política, cuando es testicular -ahora hago un referéndum por pelotas, ahora digo esta barbaridad porque me sale de ahí–, se convierte en un ejercicio lamentable, odioso. Y, si me apura usted, no pocas veces lo de testicular se compadece bien con lo digital: ahora elijo al candidato que me sale del dedo. Y es que, este país nuestro 'manda huevos', que dijo un día el hoy embajador en Londres, entonces nada menos que presidente del Congreso. Pues eso: que a mí me gustaría que en España no mandasen ni los huevones ni los dedazos, sino más bien los cerebros. Y prefiero que al ruedo de los mítines se arrojen ideas a que se tiren que huevos, tomates, zapatos o cualquier otra munición infamante.
Fernando Jáuregui