Los que alguna vez hayan pasado por Soria, y no sean excesivamente distraídos, recordarán la hermosa ermita de San Saturio, encaramada sobre los peñascos en la margen opuesta a la ciudad, justo cuando el Duero se pierde en un pronunciado meandro. Quizás, al mencionar esta ermita, algunos también hayan recordado una de las mejores novelas de Juan Antonio Gaya Nuño, cuyo título he recuperado para esta humilde columna. A todos los demás no puedo sino invitarles a que la lean cuanto antes ya que, al margen de modas y corrientes literarias más o menos justificables, las obras de Gaya Nuño no merecen ese olvido inexplicable en el que se encuentran.
La producción literaria de Gaya Nuño es además de rica, muy variada. En un encomiable esfuerzo, hace algunos años que la Fundación de Castro publicó su obra narrativa en dos cuidados volúmenes, que aunque caros, justifican con creces el importante desembolso. Si uno tuviera que destacar alguna de sus novelas, tal vez se inclinase por La historia del cautivo, en la que se relatan con la minuciosidad del cronista todas las miserias de aquella terrible conjunción nefasta que para España fueron los ambiciosos militares y la corrupta clase política de la monarquía de Alfonso XIII que desembocaron en ese tan colosal cuanto absurdo desastre que fue la debacle de Annual. Con ese elegante guiño cervantino que se anuncia desde el mismo título, Gaya Nuño rememora unos lamentables episodios que aunque no viviera personalmente, al contrario que Barea, Sender o Giménez Caballero, consigue rememorar con unos niveles narrativos similares a los de éstos mismos.
La historia personal de Gaya Nuño no es, sin embargo, menos épica que la de estos tres autores. Su participación en el ejército republicano, en el famoso batallón Numancia, le llevó a pasar después de la guerra civil un largo y durísimo período en un campo de prisioneros. Luego, las represalias impuestas le impidieron proseguir su vocación profesoral, refugiándose tanto en la literatura como en la crítica de arte.
Su obra no narrativa también es inmensa. En ella se ocupa de las tendencias del arte español clásico y también del moderno, analizando con un detalle y perspicacia hasta entonces desconocidos a Velázquez, Murillo o Zurbarán, por una parte, y por otra a Cossío, Juan Gris o Picasso.
Es verdad que Gaya Nuño recibió en vida el merecido reconocimiento de instituciones de altísimo prestigio, como la Hispanic Society, de Nueva York, pero no es menos cierto que no fue hasta después de su muerte, con la llegada de la democracia en España, cuando se reconoció la auténtica valía de su descomunal obra. Tan es así que en los años más duros de la dictadura franquista llegó a publicar algunas de sus obras bajo identidad falsa.
Ahora, al cabo de no tantos años, el olvido y la desidia de nuestra extraña época surgen como nuevas y quizás más terribles amenazas, capaces de acabar de una vez por todas con esos más de setenta libros que Gaya Nuño legó sin excepción a todos los españoles.
Ignacio Vázquez Moliní