La corrupción relacionada con la política, tiene castigo. En otros lugares. Hay países donde la justicia es implacable con quienes se enriquecen ilícitamente utilizando como palanca el poder que da la política. Sería el caso de una sentencia dictada por un juez de Tel Aviv por la que condena a Ehud Olmert, ex primer ministro de Israel y ex alcalde de Jerusalén, a seis años de prisión como responsable de delitos de cohecho y prevaricación por haber aceptado un soborno (300.000 euros) para favorecer los planes del constructor de «Hollyland». Un complejo de edificios de estética faraónica levantado sobre una de las colinas de Jerusalén situadas en el área del impresionante Museo del Holacausto.
La noticia empuja hacia la melancolía si pensamos en la plaga de casos de corrupción que padecemos en España. Muchos de ellos pendientes de justicia. Con políticos de todos los colores implicados. Sólo en las Cortes Valencianas son más de media docena los parlamentarios imputados y otros tantos altos cargos en el caso de la Junta de Andalucía. En Asturias hay uno que aunque estaba inhabilitado por sentencia firme se resistía a dejar la poltrona y tenemos a una ex ministra y ex consejera -imputada en un caso e investigada por sus decisiones en otro- que se hace la sorda cuando le piden que resigne su alto cargo en el Banco Europeo de Inversiones. En Alemania el anterior presidente de la República renunció por estar bajo la sospecha de haber recibido un regalo de ¡800 euros¡ cuando era jefe de uno de los «lander». Aquí, mientras los jueces, abrumados por el trabajo van poco a poco despejando la trocha de sumarios que se les acumulan sobre la mesa, algunos políticos encienden un puro con el papel dónde se publican las crónicas de sus andanzas non sanctas. Seguimos siendo diferentes. Lo que nadie sabe es hasta cuando aguantará el personal tanta impunidad como la que cobija el capote de la política.
Fermín Bocos