sábado, noviembre 23, 2024
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Odio, venganza y Política

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Hace unos días, en una crónica de sucesos sobre el asesinato de una mujer de nacionalidad nigeriana, ocurrido hace años en Madrid, el periodista que lo escribía comentaba que lo más frustrante para una investigación de homicidios es saber quién es el asesino y no poder  demostrarlo. Se decía que la versión más edulcoraba de esta frustración es quizás cuando el presunto asesino se convierte en detenido, después en acusado y al final es declarado inocente. «Pocas veces los investigadores quedan convencidos de que no sea él, simplemente creen que ha fallado algo en las pruebas o, en última instancia, la culpa de que el autor salga libre es de los tribunales» concluía el colega.

El reportaje detallaba cómo en este caso concreto y después de llevar años investigándolo, el asesino sigue libre por falta de pruebas. No sé por qué me he acordado de esta historia tras conocer la noticia del terrible asesinato de la presidenta de la Diputación y del PP de León, Isabel Carrasco, y, sin quererlo, he pensando en el esposo y padre de las presuntas asesinas Montserrat González Fernández y su hija Triana Martínez González.

De ser ciertas las primeras investigaciones que apuntan a un acto de venganza por no dar trabajo a la chica, y señalan que el padre, inspector jefe de Policía de Astorga, no tiene nada que ver con el crimen, me imagino la situación por la que estará pasando ese hombre. Supongo que ni en sus peores pesadillas pensaría que alguna vez personas tan cercanas a él podrían verse implicadas en un acto tan terrible, como incomprensible y absurdo.

De haber sido un arrebato sin más, una pérdida transitoria de la cordura es muy difícil que lo padezcan dos personas miméticamente a la vez

Evidentemente ningún asesinato tiene sentido, pero sólo desde la premeditación y la frialdad más absoluta se puede esperar algo así. De haber sido un arrebato sin más, una pérdida transitoria de la cordura es muy difícil que lo padezcan dos personas miméticamente a la vez, como también es muy complicado pensar que alguien, absolutamente integrado socialmente, como es el caso de madre e hija -ambas militantes del PP y la segunda ingeniero de telecomunicaciones- lleve encima un arma dispuesta para matar en cualquier momento.

El hecho de que la presunta asesina saliera huyendo del lugar del crimen sin percatarse de que estaba siendo seguida por dos testigos: un policía jubilado y su mujer que le fue dando indicaciones de lo sucedido a sus excompañeros, posibilitando así la inmediata detención, pone un ingrediente añadido de colaboración ciudadana en esta tremenda historia.

Aunque cuando escribo estas líneas todavía no se ha celebrado el funeral por la víctima y, por supuesto la investigación sigue abierta, no está demás detenerse en el hecho de que se tratara de una política en activo y la reacción solidaria y loable de todos los grupos parlamentarios, con la única excepción de Bildu que una vez más se han quitado la careta para mostrarse tal como son: una pandilla de miserables que todavía no tienen claras las mínimas normas para transitar con normalidad por el Estado de Derecho y la Democracia.

Todos debemos reivindicar y exigir una vuelta a la POLÍTICA con letras mayúsculas y unos políticos dignos de representarnos

Por otro lado, aunque este es, al parecer, un asesinato por venganza -como puede ocurrir en cualquier ámbito profesional- no está demás aprovechar para poner en valor lo que de digno y de honorable tiene la política, en unos momentos donde hay un caldo de cultivo preocupante para quienes se dedican a ella. Es verdad que la desafección de los ciudadanos hacia quienes ejercen la cosa pública se la han ganado a pulso quienes, aprovechándose de su posición, han  corrompido las instituciones hasta convertirlas en un lodazal donde no se hacen distingos ideológicos, pero ni todos los políticos son unos corruptos, ni todos son unos magnates, ni todos quieren medrar a costa de lo que sea.

Todos debemos reivindicar y exigir una vuelta a la POLÍTICA con letras mayúsculas y unos políticos dignos de representarnos, pero no podemos olvidar que fuera de la política hay demagogia y populismo y eso lleva a un camino peligroso que, desgraciadamente, en este país sufrimos durante demasiados años y no puede volverse a repetir.

Esther Esteban

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