Siempre me he considerado más proclive al optimismo rousseauniano que al pesimismo hobbesiano. Jamás quise admitir la veracidad de esa descalificación global de la humanidad que supone el 'homo homini lupus'. Prefería creer en la innata bondad del ser humano, capaz de los mayores sacrificios y heroísmos en favor de los demás. Salvo excepciones, claro. Me he encontrado con una de estas grandes excepciones: un grupo, desgraciadamente numeroso, de energúmenos que en Twitter intentaron machacar la memoria de la recién asesinada presidenta de la diputación provincial de León, Isabel Carrasco.
Me resulta inimaginable el proceder de estos psicópatas que van apestando la tierra y destruyendo las bondades de una magnífica autopista de la comunicación como son las redes sociales.
He contado ya que estuve almorzando con Isabel Carrasco hasta 10 minutos antes de su asesinato y quizá por ello me duelen especialmente algunas de las cosas que se han escrito y otras maledicencias que se han dicho no precisamente para que se las lleve el viento. España sigue siendo país difamatorio por naturaleza, el único en nuestro entorno capaz de destruir a otros quizás solamente para que alguien pase por mejor informado o más gracioso que los demás.
España sigue siendo país difamatorio por naturaleza
Llevo tiempo detectando los comportamientos más innobles y sucios por parte de matones intelectuales y de 'valerosos guerreros' que, amparados en el escudo del anonimato, ejercen de hienas sobre sus congéneres. Son los mismos, en el fondo, que se arremolinan a las puertas de los juzgados para atacar a la Pantoja, los mismos que aprovechan las desventajas físicas o económicas de los demás para darles una buena puñalada por la espalda, incluso aunque eso nada les reporte.
Tengo que pedir una mucho mayor vigilancia internacional y una mucho menor tolerancia legislativa nacional ante los twitter-energúmenos. Fue un mazazo para mi el asesinato de alguien con quien había almorzado, me había reído y había compartido experiencias diez minutos antes de que cayese abatida por las balas. Bastante más nefastas aún fueron las horas siguientes, en las que el peor gusto, la peor baba y la peor gente se plasmaron en los 140 caracteres de la infamia. Me gustaría un castigo ejemplar para todos esos cobardes.
Fernando Jáuregui