Los sondeos de las elecciones europeas de este 25 de mayo y de las generales por celebrar, previsiblemente en 2015, llevan a una evidencia: tras las generales no será posible un gobierno formado por un solo partido. Consecuentemente la incógnita no es tanto la de quién ganará las elecciones como la de qué coalición de partidos podrá formar gobierno.
Felipe González ha abierto recientemente en público este melón señalando la posibilidad, si fuese necesario, de una «Gran Coalición» entre el PSOE y el PP (o viceversa) produciendo alguna escandalera y rasgadura de vestimentas. Este bombazo de realismo ahora, en plena campaña para las europeas, ha podido tener su grado de inoportunidad para sus correligionarios, como lo han evidenciado las declaraciones de ciertos socialistas como Rubalcaba o Patxi López, pero su indignación, real o circunstancial, no cambia en nada una posible realidad a no tan largo plazo.
Según los resultados proyectados la quiniela de posibilidades de coalición se limitan inicialmente a tres: PP con UPyD; PSOE con IU (y UPyD); y la gran coalición PP/PSOE o PSOE/PP, «tanto monta, monta tanto». En este panorama se podrían quizás integrar algún partido nacionalista o regionalista, pero los ingredientes principales para lograr una receta coaligada son los cuatro nacionales con alguna diferencia en los sabores según qué ingredientes se utilicen en la coalición.
El socialista Ramón Jáuregui ha pedido, por su parte, que la próxima legislatura sea “constituyente” para negociar cambios necesarios en la Constitución. La verdad es que la petición es oportuna para subrayar esta necesidad ya vital. Quizás con esta definición de “Cortes Constituyentes” se pueda aligerar el excesivamente pesado mecanismo de reforma constitucional en los temas esenciales. En todo caso, lo importante es poner al día nuestra Constitución y quien pueda formar gobierno tras las próximas elecciones generales será un elemento esencial en la ecuación. Lo es también que con el mecanismo actual de la reforma de la Constitución podríamos estar abocados a dos cosas: en primer lugar a una legislatura corta debido a los requerimientos establecidos para modificar la Constitución; en segundo lugar a una «coalición amplia» que incluyese, en todo caso, a los cuatro partidos nacionales, lo que nos da una cuarta posibilidad de coalición.
Claro que para la reforma de la Constitución no es imprescindible un gobierno amplio, pero el que no sea imprescindible no significa que no sea aconsejable. Se pueden lograr los pactos necesarios fuera del Gobierno como ocurrió durante la Transición. Pero ya no estamos en esa Transición cuando gobernaba una derecha moderada presionada por una derecha nostálgica y a los socialistas y comunistas los presentaban aún cómo diablos con cuernos y rabo. Tienen los partidos, y la opinión pública, que abandonar ideas preconcebidas acerca de la gobernabilidad de nuestro país, que es el objetivo principal, y según las cuales no es bueno que se coaliguen los partidos para formar gobierno en el ámbito nacional o, también, que PP y PSOE no deben gobernar juntos. En otros países europeos funcionan coaliciones variadas y funcionan bien para el interés general, siendo estas coaliciones fruto de dos cálculos muy sencillos: cuantos escaños tiene cada partido y que coalición es posible en función de sus programas y de las necesidades del país.
Tuvo, pues, razón Gonzalez al suscitar, en el marco de las posibles coaliciones, la eventualidad de una gran coalición. Se entiende el rechazo inicial que semejante maridaje pueda provocar en propios y ajenos, en militantes de cada partido y entre votantes de cada cual, pero todos harían mejor en dejar ascos y pasiones a un lado y pensar en ese interés general. Desde la perspectiva socialista se puede incluso añadir que en Alemania el SPD ha incluido en la acción gubernamental muchas de sus propuestas electorales.
En todo caso, hay alternativas a una coalición, cualquiera que ésta sea. Por ejemplo, hay dos, muy sencillas. Una es posterior a las elecciones: volver a convocar los comicios o padecer la ingobernabilidad del país, ambas malas. La otra es anterior al resultado electoral: que los electores consideren que el bipartidismo práctico que hemos tenido, o sufrido, es un mal menor que el de la dispersión del voto. En este sentido, Valenciano parece haber marcado puntos para una posible recuperación del PSOE en el debate televisado del jueves pasado con Cañete que al día siguiente fue de perdonavidas sobrado con las chicas.
Son los electores los que decidirán, pero tendrán que pensar bien a quién votar y ser, luego, coherentes con el resultado obtenido.
Carlos Miranda es embajador de España.
Carlos Miranda