Oscurece Neptuno y nos invade el silencio del sunday blues, esa melodía de domingos crepusculares que resume la euforia del finde para hundirse en el parto dolorido de un lunes que amenaza. La tranquilidad que se vive entre el “Palace” y el “Ritz” contrasta con la euforia vivida en este círculo en las últimas 24 horas.
Realmente parecen siglos acumulados desde aquel histórico sábado a las 6 cuando en las inmediaciones del Calderón las gargantas bullían griterío rojiblanco. Enfrente de las pantallas se declaraba todo un poema de amor con voces rasgadas.
¡Te quiero Atleti, lololololololo! ¡Te quiero Atleti!
No tardó en aparecer un cambio de tono y se tornó del Si mayor a un mi menor cuando un gol imposible daba paso a una épica de mártires llorosos que se iban retirando de la batalla. No se hizo el silencio del todo, pero se cantaba con temor desafinado mientras una procesión de espectros comenzaban a arrastrar lamentos por el Paseo de los Melancólicos. Bajaba el volumen piano piano hasta que un gong al poste consiguió levantar a una orquesta que rezaba a San Luis Aragonés que se aparecía para sacudir las mallas del Camp Nou. La marea humana se estiró en orfeón compartido que dirigirá desde ahora, como siempre en este año, el maestro Simeone, con ese uniforme entre director de orquesta de tangos y Padrino siciliano que dirige los hilos del sueño Atlético.
El grito final inunda Neptuno entre bengalas que empiezan a teñir de rojo las alfombras en dos tardes que verán pasar a familias encamisadas para ver a su cabalgata de valquirias entonando:
Jamas, jamás, te dejará esta hinchada, que en las buenas o en las malas nunca deja de animar
La alegría es contagiosa y casi me hace olvidar la depresión que arrastro desde hace una semana cuando mi Pucela se sentenció solita a bajar a segunda. Me voy separando con disimulo hacia la Plaza Mayor para refugiarme en los ecos de quejíos flamencos cantados desde el fondo de una mujer llamada Argentina. Recital de la música de la derrota hecha arte, sublimada en poemas cortos que se hacen infinitos en un goce sufrido o viceversa. Los guiris aplauden sin ritmo mientras sus pupilas dilatadas no pierden detalle.
Está agonizando el día por soleares y es hora de comer calamares entre cláxones llenos de victoria que disturban la paz madridista de los dueños que callan con el ceño fruncido.
Paseo hacia Sol y se nos ralentiza el compás sobre la población que pasea el último paseo de la semana. Tonos de la tierra salen a la altura del kilómetro cero y nos arremolinamos todos al calor de una melena rubia de una mujer de la juventud eterna de Chulapos de Vallecas.
Yo no digo que el ser de Madrid sea un privilegio de Dios
,puede que no, puede que si…
Se une Olga Ramos al grupo y bailamos encuadrados entre las camisetas de los clubes más importantes de Europa mientras el Tío Pepe se une a un inmenso cuplé que, como si no quiere la cosa, nos lleva de de Puerta a Puerta hasta Alcalá ardiente.
…Y si alguno no comprende
nuestro modo de sentir…
J.M. Novoa