Las imágenes de 250 cuerpos donados a la ciencia, hacinados en la facultad de medicina de la Universidad Complutense de Madrid son todo un escándalo, para el que al parecer no hay responsables. No es que el asunto hiera la sensibilidad de todos, que evidentemente lo hace, sino que además pone el dedo en la llaga sobre una manera lamentable de entender las cosas. Hemos oído al director del departamento de Anatomía y Embriología Humana II explicar que todo se debe a que el funcionario encargado de la incineración de los restos se había prejubilado, cosa que por cierto ocurrió en diciembre del 2013, como si eso fuera una explicación lógica para el despropósito.
Es verdad que existe en España un vacío legal a la hora de tratar este tipo de donaciones, pero las imágenes son tan denigrantes que merecen, no sólo explicaciones, sino también dimisiones y aquí nadie sabía nada: ni el decano de la facultad, ni los responsables de los distintos departamentos, ni lo sindicatos ni nadie ¡que casualidad!. Es muy difícil creer que nadie lo sabía cuando algunos relatan que el olor denunciaba los hechos. Gracias a esta denuncia de El Mundo ahora se han puestos todos manos a la obra y hemos sabido, por ejemplo, que la Universidad Complutense alquila cadáveres donados para la investigación a empresas privadas, que pagan entre 500 y 750 euros diarios. Esta práctica es completamente normal y también legal pero ese dinero bien podía haberse empleado en pagar los gastos de incineración o en tener las salas adecuadas, como ocurre en otros departamentos de la misma Universidad.
Un gesto altruista se ha convertido en un escándalo mayúsculo además de insalubre
Ver esos cuerpos hacinados, despedazados y mantenidos a temperatura ambiente como relatan los periodistas Q. Alsedo y P. Herraiz que han desvelado el asunto, no sólo hiere la sensibilidad sino que es un grave desprestigio para una de nuestras mejores universidades, donde no es tolerable esta especie de «fosa común». En el relato de los hechos los colegas decían, con toda razón, que las fotos que aparecen no son de Auschwitz en 1942 ni de Srebrenica, el horror de la antigua Yugoslavia los años 90, y tampoco son de Ruanda, sino de España y no son los restos de ninguna masacre sino de personas fallecidas que donaron sus cuerpos a la ciencia de forma altruista. Y ese es el asunto. Supongo qué cara se les habrá puesto a los familiares de estas personas cuando hayan visto las imágenes, e imagino su indignación cuando hayan leído como el responsable del departamento tras afirmar que «no son ricos» insistía en que el funcionario encargado de manejar el horno crematorio se prejubiló en Diciembre y no hay manera de convocar la plaza porque los sindicatos denuncian que el horno no está en buenas condiciones y emite gases nocivos. Es decir que unos por otros un gesto altruista, se ha convertido en un escándalo mayúsculo además de insalubre porque allí en ese sótano el olor a muerte, según cuentan, se mezcla con el de formol que se inyecta a los cadáveres para poder ser conservados, con lo que el ambiente es irrespirable.
Más allá de aquellos que, antes de morir, manifiestan su voluntad de donar el cuerpo a la ciencia -se estima que hay unos 50.000 personas- es sabido que en los últimos años, coincidiendo con la crisis el número de donaciones ha aumentado porque, aunque nadie se atreve a establecer una relación directa con este asunto, es verdad que muchas familias que no tienen posibilidades económicas de utilizar los servicios funerarios, optan por la donación y otros prefieren esta opción ante las perspectiva de que su familiar sea incinerado. Sea como fuere todos creen que los cuerpos serán tratados con dignidad y aunque no hay ni normativa regional ni nacional y todo depende de las distintas facultades de Medicina una imágenes como esas no pueden verse sin que haya dimisiones de manera urgente. Simplemente no es ni aceptable ni tolerable.
Esther Esteban