A veces uno sale del teatro tan sobrecogido que no puede ni hablar. Entiendes que, a algunas personas, les asuste acudir a ver ciertas propuestas. La tentación de vivir permanentemente anestesiado es muy potente y hasta resulta comprensible. Tanto es así que, a pesar de que todos sabemos que la estrategia del avestruz no funciona, no perdemos la oportunidad de practicarla en demasiadas ocasiones. Desde luego que, a todo aquel cuyo objetivo al ir al teatro sea anestesiarse y evadirse, no le recomiendo “El Triángulo azul”. Esta función te deja sin escapatoria y, desde el momento en el que uno entra en la pequeña sala Francisco Nieva del Teatro Valle Inclán, siente que le han atrapado en una cueva dónde todo se pone al servicio del recuerdo y la memoria. La propuesta tarda un poco, solo un poco, en tomar la verdadera fuerza y ritmo que tiene, luego pasas casi dos horas en un estremecimiento permanente que no alivian ni el sarcasmo, ni el humor negro, ni unos números musicales donde lo grotesco y lo esperpéntico alcanzan su punto culminante.
Son muy españolas también las referencias y simbolismos musicales y visuales del Chotis, el pasodoble, Valle Inclán, Goya
El horror de los campos de exterminio nazi, ha tenido mucha presencia en la obra artística occidental contemporánea. La historia que se cuenta es, por tanto, conocida, gracias entre otras cosas, precisamente, a la valentía de los presos españoles protagonistas de esta función, que arriesgando su vida, salvaron de la destrucción las pruebas irrefutables de ese horror y de los verdugos que lo cometieron. Menos conocida, sorprendentemente, es la historia de esos españoles convertidos en apátridas por decisión del régimen franquista. De hecho la patria y el patriotismo están muy presentes en la obra desde su inicio. Me ha dado mucho material en que pensar. Reconozco que cuando ambas palabras se deslizan en mis oídos, patria, patriotismo, llegan contaminadas por muchos prejuicios que no soy capaz de reconocer habitualmente, por lo enquistados que están en mis creencias y, generalmente, me resultan conceptos excluyentes y amenazantes. Agradezco a Laila Ripoll y Mariano Llorente, su españolismo y su patriotismo reivindicado desde otros espacios y con otras miradas muy distintas de las que nos llegan habitualmente. La reivindicación de unos españoles expatriados doblemente, primero por su abandono en manos del horror nazi y la segunda en el olvido al que se les ha sometido, a pesar de haber sido ellos los que hicieron posible el reconocimiento de la realidad acaecida; triste paradoja. Son muy españolas también las referencias y simbolismos musicales y visuales del Chotis, el pasodoble, Valle Inclán, Goya, aunque en la función se percibe un cierto sabor a Brecht y a Kantor, los símbolos y referentes españoles están deliberadamente muy presentes, también la propia Laila y esa estética y lenguaje teatrales tan suyos. Nos recuerdan que la patria es también un lugar en la identidad de cada uno tan importante, que no podemos dejar que nos la roben.
Solo puedo felicitar a todo el equipo artístico. Hacen un estupendo trabajo de interpretación que el público agradece aplaudiendo en pie cada función. No se la pierdan, solo quedan días hasta que concluya el día 25 de mayo. http://cdn.mcu.es/espectaculo/el-triangulo-azul/
Una vez más, gracias y enhorabuena a Ernesto Caballero, por hacer del Centro Dramático Nacional un hogar para este teatro y estos espectadores.
La dama boba